Mora aparece ante mí, completamente alterado. No puedo negar que me impone.
—Necesito un café con leche de avena para llevar. Tamaño mediano —dice, entrecortado. En cada palabra iba recuperando el aliento que parecía faltarle.
Yo parpadeo, descolocado. Cuando le miro a los ojos, no veo ningún rastro de su prepotencia ni su característica creencia de superioridad. Parece alguien vulnerable, un ser humano normal y corriente. Pero no puede ser. Álex Mora no es una persona como yo. Es más, tiene más parecido con un quarterback americano troglodita. Dudo por un momento que esto sea de verdad, pero veo a mi jefe por el rabillo del ojo y no pierdo el tiempo en acercarme a la caja más cercana, anotar su comanda y preguntarle si quiere algo más.
—¿Tenéis cucharadas de azúcar moreno? —me pregunta mientras termino de calentar la leche de avena. Yo pensaba que ya había escuchado todas las preguntas estúpidas habidas y por haber. Qué equivocado estaba.
—No. Tenemos botes en los que puedes echar la cantidad de edulcorante que quieras, justo ahí —respondo señalando al aparador que hay detrás de él.
Hace una mueca de disgusto, como si yo fuera médico y le hubiera dicho que le tenía que extirpar su aparato reproductor.
—Joder, joder —masculla. Luego, vuelve a dirigirse a mí—: ¿No sabrás cómo calcular la cantidad de una cucharada, por casualidad? Dudo que agitar el bote este a ojo me dé la cantidad justa.
