En cuanto vuelvo a pisar la calzada, corro como si no hubiera un mañana hasta mi portal. La lluvia parece que se ha calmado un poco, pero no parece que deje de llover el resto de la noche. Esquivo todos los charcos que voy viendo y giro en la esquina. Unos pocos pasos después, me refugio bajo una de las terrazas de mi edificio y me acerco hasta la puerta del portal.
Me permito respirar por un instante, en el que el agua no llega a tocarme. Me gustan los días como este, pero los prefiero cuando voy preparado con la ropa adecuada y un paraguas. Voy buscando las llaves al tiempo que empieza a ponérseme la carne de gallina. Cuanto antes entre dentro, será mejor. Oigo, aparte del ruido de la lluvia, varios coches pasando. Seguro que uno de ellos es el de Mora, aunque tampoco me importa. Simplemente digo lo evidente.
