A escasos pasos de la iglesia de Santa Maria del Mar, en Carrer dels Mercaders, 10, Arcano se revela como un espacio donde la historia y la vanguardia se abrazan con naturalidad. Su cocina —una fusión de tradición mediterránea, influencia catalana y raíces argentinas— se construye sobre el respeto al producto y la pasión por el fuego. La brasa, omnipresente en su carta, se convierte en hilo conductor de una experiencia que no solo alimenta, sino que emociona. Aquí, cada plato es una forma de narrar el tiempo, la tierra y el arte de cocinar bien.
Bajo su luz tenue, entre arcos de piedra y mesas de madera noble, el fuego lento, la brasa y la estética se combinan en un menú degustación que invita a detener el tiempo y entregarse al disfrute. Un ritual de sabores que cuesta 50 euros por persona (mínimo dos comensales), y que no incluye la bebida, pero sí una experiencia que difícilmente se olvida.
La bienvenida al festín: una sinfonía de entrantes a compartir
El desfile comienza con una propuesta singular: patatas bravas reinventadas. Pequeñas patatas baby cocinadas a la brasa —una técnica tan identitaria como dominante en Arcano— llegan tiernas, sin ápice de crujiente, bañadas con una salsa brava fumada que, sin ser agresiva, desprende calidez y ese perfume ahumado que prepara el paladar para lo que viene.

Le sigue una composición que se siente como un paseo por la huerta mediterránea: tomates Monterosa de proximidad, dulces y jugosos, en perfecta armonía con una sardina curada en aceite que se deshace como mantequilla y una base de crema de aguacate suave, casi sedosa. Chalotas encurtidas, piparras, olivas Kalamata y pequeños matices ácidos terminan de dibujar un entrante brillante, equilibrado y lleno de contrastes.

El tercer acto es puro bosque y sutileza: un carpaccio de solomillo de ciervo tan fino que parece cristal. Se acompaña de pequeñas montañitas de mostaza antigua con grano —intensa y aromática—, y puntos de frutos rojos, quizá frambuesas o grosellas, que equilibran la caza con un susurro de acidez. Las alcaparras crujientes aportan un giro inesperado y delicioso.

Y cuando crees haber encontrado el clímax del aperitivo, llega un plato de cuchara que parece susurrarte al oído: un huevo cocido a baja temperatura, sobre parmentier de puerro, nido de trigo frito y chips de jamón ibérico. El conjunto recuerda —casi por arte de magia— al sabor inconfundible de una buena tortilla de patatas, pero en una versión elevada, elegante, de cuchara y pausa.

Un pan de cristal con tomate de colgar y buen aceite de oliva virgen termina por reafirmar que este menú no olvida su tierra. Lo clásico, bien hecho, nunca sobra.