Eso me hace reír a carcajadas, lo que no pasa inadvertido para nuestros compañeros. Nos dedican una mirada de hielo antes de seguir con su tarea. No tardamos mucho más en terminar con los cristales. Luna se va a buscar la escoba y el recogedor mientras yo me quedo limpiando una silla. Al volver, nos ponemos a hablar sin dejar de lado nuestro trabajo. Ella me cuenta que lleva dos años trabajando en la empresa y todo tipo de anécdotas con los clientes. Nunca se me ocurrió que alguien pudiera pedir que se le echase jengibre en su capuchino.
En cuanto es la hora de cierre, comienzo a fregar el suelo al tiempo que Luna comprueba cada uno de los botes de azúcares y especias. Nos dirigimos al vestuario cuando quedan cinco minutos para nuestra hora de salida. Al ver a Gonzalo -uno de mis compañeros- sin camiseta, se me corta la respiración. Mira que me he dicho que nada de líos en el trabajo, pero no me habían avisado de que, bajo el uniforme que apesta a posos de café, se podría esconder semejante tableta. Aparto la mirada antes de que la cosa se ponga más incómoda y me cambio a una velocidad innata en mí.
Luna está frente a la puerta, mirando tanto a un lado como a otro. El bullicio en la calle es más reducido mientras la persiana del local va bajando. Me acerco a ella, quien advierte mi presencia y sonríe de oreja a oreja. Antes de abrir la boca, aparece detrás de mí un chico que no me suena… Bueno, en verdad sí. Creo que es con quien se estaba besando ella esta mañana en la facultad. Me recoloco la mochila mientras espero que terminen de mostrarse afecto. No es que sea una persona antisocial (ni un aguanta velas), pero tengo mis momentos introvertidos. Luego aparece una chica que no recuerdo haber visto, y Luna abre los ojos como platos.
—¡Hacía siglos que no te veía! —suelta al abrazarla—. ¿Cómo es que habéis coincidido Dídac y tú?
—Lo que tiene hacer las prácticas del máster de Comunicación Transmedia en la misma empresa en la que han cogido a tu chico —responde ella, alegre.
—¿Es eso cierto? ¿Vas a hacer las prácticas con Gadreel?
—Sí, pero no —corrige él, con voz grave—. Yo estaré en el departamento de realización televisiva; ella entre el de redes sociales y el de guiones.
—Aunque coincidimos cuando nos dejen salir a tomar café —añade la tal Gadreel.
Están un rato más charlando, hasta que el chico se rasca la frente, cerca de su pelo rubio corto, y me señala.
—¡Ay, mierda! Menuda soy. Lo siento, Saúl. —Me sorprende que se acuerde de mi nombre—. Chicos, Saúl; Saúl, ellos son Gadreel—señala a la chica, que me dedica una sonrisa—, y Dídac.
—Un placer —dice él.
—Lo mismo digo —susurro avergonzado, pero no rechazo la mano que él me tiende.
—¿De qué os conocéis Luna y tú? —me pregunta Gadreel. La miro detenidamente. Tiene el pelo corto a lo bob teñido de rosa pálido. Sus ojos son oscuros, pero sus gafas los vuelve enormes; lo que hipnotiza bastante.
—Se ha sentado a mi lado en clase de Narrativa Audiovisual, y nos han puesto juntos para un trabajo —respondo, dejando pasar a un viandante que parece que no tiene otro sitio por el que caminar. Reparo en cómo ella arruga la nariz. Me pregunto si le dolerá el septum cuando se pasa los dedos por esa zona.
—¿Has cogido todas las asignaturas del curso? —menciona Dídac, a lo que asiento con la cabeza. Él hace una mueca, como si se hubiera llevado un golpe—. Mucho ánimo.
Arqueo una ceja.
—¿Por qué?
—Son demasiadas cosas para cada asignatura, y mucho dinero a pagar; eso puede saturar. Yo, de hecho, en segundo, opté por matricularme en unas pocas y otras dejarlas para más adelante.
—¿En qué curso estás?
—En el último, claro —se carcajea. Y tiene sentido: las prácticas no se realizan hasta el último año de carrera.
¡Y pensaba que lo nuevo que iba a aprender hoy eran las lecciones en la universidad y los tipos de personas a los que atiendes de cara al público! Poco después, nos movemos en dirección a plaza Catalunya. Me siento como si fuera un pez fuera del agua entre ellos, hasta que Luna se vuelve hacia mí.
—Oye, Saúl, ¿tú vienes de bachillerato?
—Sí, así es. Como todos, ¿no? —Eso parece divertirles a los tres. ¿Me estoy perdiendo algo?
—Yo no —confiesa mi compañera—. Yo he accedido tras un ciclo de grado superior.
—Ah, vaya. —No me lo había ni planteado—. Perdona.
Ella se ríe.
—Tranqui.
El resto del camino es más fluido, entre advertencias sobre el profesorado por parte de Dídac y Gadreel (quien también estudió en la UAB), y charlas sobre nuestros hobbies y otros temas. Poco a poco, entre comentarios inteligentes, bromas y respuestas ingeniosas, me he sentido menos incordio. Al llegar a la plaza, acompañamos a Gadreel hasta los molinetes del tren, y Dídac, Luna y yo vamos hacia la línea de metro. Yo marcho en dirección Hospitalet, y ellos a Fondo. Luna me escribe poco después por mensaje que le avise en cuanto llegue a casa.
Eso me sorprende. ¿Le habré caído bien?
Al día siguiente, tras acabar la jornada lectiva (que sólo ha durado tres horas), Luna y yo nos vamos a la biblioteca del campus. Está más cerca de la estación que nuestra facultad, pero eso no quita que me quede alucinado con el espacio y la cantidad de gente que hay a estas horas. Conseguimos encontrar una mesa libre, y empezamos a hacer el trabajo.
Tras un rato de buscar referencias y teclear sobre el ordenador, me atrevo a preguntarle:
—¿Dídac y tú lleváis mucho tiempo saliendo?
Si no se ofende, sabré que ya hemos alcanzado una confianza que va más allá del compañerismo entre los estudiantes.
—Unos cuatro años —me contesta, en el mismo tono—. ¿Tú tienes novia, Saúl?
—No, no tengo.
—Entonces tienes novio. —Me sonrojo al instante. Pero si en ningún momento he sacado a coalición mi sexualidad. ¿Cómo lo habrá sabido?
—Tampoco tengo novio. Además, ¿qué te hace pensar que me gustan los tíos?
—Ayer noté que te ponías nervioso cerca de mi novio y de Gonzalo. Al principio pensaba que se debía porque ellos te intimidaban; pero, al salir de la clase Fundamentos Tecnológicos del Audiovisual, te he visto admirando el culo de un estudiante que se estaba atando los cordones. Así que, he sumado dos y dos.
—Enhorabuena. Ahora te enseñaré a sumar dos y tres.
Ambos reprimimos las carcajadas. Le confirmo que soy gay, y ella me dedica una sonrisa alegre. Media hora después, salimos de la biblioteca con buena parte del trabajo hecho. Eso sin contar con las correcciones y toques finales que haya que darle antes de entregarlo. Vamos juntos a la estación de ferrocarriles y, de camino a Barcelona, señala a un chico que tiene un perro precioso sobre sus piernas. Me pregunta a quién acariciaría primero y, teniendo en cuenta que el dueño tiene cara de Nosferatu, sin duda escojo al perro. Poco después, llegamos al centro y comemos en un Burger.
Al terminar la jornada, nos seguimos por Instagram y quedamos en avisarnos en cuanto lleguemos a casa. Eso hago en cuanto entro en mi cuarto y dejo la mochila para mañana. Saco todas las cosas y organizo el resto de trabajos que tengo pendientes y paso a limpio los apuntes. A la hora de cenar, mi madre me llama. Me desperezo en mi asiento y me levanto. Antes de sentarme en la mesa, me llegan unos mensaje de Luna.
Dídac, Gadreel, y yo vamos el sabdo a la Ciutadella.
Sábado*
T animas???
Mis opciones son rechazar su ofrecimiento, o atreverme a salir de mi zona de confort. Así que no tardo en responderle:
Claro, jeje