La Sala Pangolí ha inaugurado la temporada teatral con El Secreto, una comedia original escrita y dirigida por Gerardo Begérez, quien también protagoniza la obra junto a la cantante y exconcursante de Eufòria (3Cat), Estela Rodríguez, y el actor Xavier Miralles.
El Secreto es una comedia musical de una hora de duración centrada en un triángulo amoroso explosivo. Daniel regresa a casa cuando Ana, su pareja, intenta reavivar la pasión tras meses de monotonía. Sin embargo, la aparición de Lucas lo cambiará todo, enfrentando a los personajes a verdades inesperadas y situaciones tan hilarantes como incómodas.
Hablamos con Xavier Miralles sobre el trabajo físico detrás de la comedia, el funcionamiento de la Sala Pangolí y su visión del teatro como arte vivo y compromiso colectivo.
¿Qué sientes cuando estás actuando en El Secreto?
La verdad, es como estar en un patio de escuela. Me lo paso súper bien. Hay obras que requieren un nivel de concentración emocional muy alto, estar muy abierto, pendiente de cada acción… Pero en esta, yo me siento libre, disfruto muchísimo. Es como estar jugando durante una hora y media, literalmente. Todo lo que puedas hacer entra y lo aprovecho al máximo. Me lo paso pipa.

Gerardo contaba que hablasteis del proyecto desde el principio. ¿Cuál fue tu primera reacción al ver tu personaje en el texto?
Sinceramente, lo primero que pensé fue: “Estoy demasiado tiempo debajo de una mesa”. Me preocupaba, sí. Pensé que podía estar desaprovechado, y también me inquietaba físicamente: estar tanto rato allí, sin que te vean, pero haciendo cosas importantes que afectan al ritmo de los compañeros. Fue un reto.
En esta obra me arrastro, salto, me tiran, me levanto, vuelvo a caer… hasta hago Chachi Chuan. Fue todo un desafío físico, aunque emocionalmente no me preocupaba tanto porque tengo bastante experiencia en comedia. Al final lo enfoqué como un personaje que tiene libertad total, que juega sin filtros. Y así es como lo disfruto.
El reto físico de interpretar una comedia desatada
¿Se puede entrenar para un personaje como este? ¿En el gimnasio, por ejemplo?
Para este tipo de florista, sí. Hay actores que entrenan muchísimo, yo no tanto. Durante las semanas de ensayo intenté dormir bien y cuidar el descanso, porque eran ensayos duros, con muchas repeticiones, caídas y movimientos. La verdad es que no entrené tanto como debería, pero soy bastante kamikaze. Si me tengo que tirar, me tiro; si me tengo que arrastrar, me arrastro.

Tú formas parte del equipo de la Sala Pangolí y haces varias obras a la vez. ¿Cómo gestionas no mezclar personajes o escenas?
Los que llevamos la sala estamos en varias obras, porque una sala privada necesita que estemos ahí para poder cubrir programación. Pero cambiar de personaje no me afecta. Es simplemente cuestión de concentración. Si estás donde tienes que estar, el personaje eres tú. No necesitas nada más. Lo que sí agota es hacer varias funciones seguidas: el desgaste físico y emocional existe. Pero es parte del oficio.
¿Qué escena disfrutas más como actor dentro de El Secreto?
Las escenas que más disfruto son aquellas en las que estamos los tres en escena y todo el “secreto” está sucediendo. Hay momentos sin diálogo donde todo se transmite con las miradas, los gestos, lo que se esconde cuando uno se da la vuelta. Esa tensión silenciosa me encanta, porque es donde realmente se ve lo que les está pasando a los personajes por dentro. No necesitas texto, solo presencia y escucha activa. Es divertidísimo.
Del cine al escenario: un camino vivo
Tú vienes del mundo audiovisual. ¿Has dejado aparcada tu faceta como director de cine?
No, no la he dejado, pero ahora está congelada por la sala. Tenemos una película en postproducción que se llama Wonderland, que rodamos hace un tiempo y está a punto de salir. También hay otros proyectos en camino. Algunos se quedaron en el tintero por culpa del Covid, incluso estando confirmados por plataformas. Cuando surgió la Sala Pangolí, esos proyectos quedaron en pausa, pero no están olvidados. Están ahí, esperando su momento.


¿Cómo llega la Sala Pangolí a tu vida?
Por accidente, literalmente. Por culpa —o gracias— al Covid. Fue un poco de locura, un poco de insensatez y mucho de amistad. Estábamos en plena pandemia, trabajando en otras salas, y con mi compañera Marta Fons hicimos una obra que se llama Salir del terrado, que aún sigue en cartel después de cinco años. Viendo que funcionaba tan bien, pensamos: “¿Y si tuviéramos nuestra propia sala? ¿Por qué no crear nuestro propio proyecto?”. El Covid nos dio tiempo para pensar, para proyectar, y así nació todo.
Teatro en Barcelona: cultura, competencia y comunidad
¿Consideras que es fácil promocionar un proyecto teatral en una ciudad como Barcelona, con tanta oferta cultural?
Llegar al público no es fácil. Pero que haya mucho movimiento cultural no es un problema, al contrario: cuanta más cultura hay, más se genera. Yo creo en hacer bien el trabajo. Si tú lo das todo, tarde o temprano tendrá su repercusión. Claro que hay competencia, claro que hay muchas cosas a la vez… pero si te centras en tu círculo, en tu comunidad, y trabajas con constancia, se puede llegar muy lejos.
¿Cómo organizáis la cartelera en la Sala Pangolí?
No funcionamos con una temporada cerrada como los teatros convencionales. Empezamos con las piezas que se estrenan aquí, y si funcionan y las compañías están felices, seguimos. Confiamos mucho en el boca-oreja. Hay funciones que llevan años en cartel y siguen llenando. Siempre intentamos actualizar la programación, apostar por proyectos que puedan crecer aquí o simplemente tener un espacio para probar, desarrollarse o quedarse. Como El Secreto, que ha llegado para quedarse.