-O tal vez usted y el señor Dary necesitan cierta intimidad.
Sentí como me ardían las mejillas. La sangre empezó a teñirme todo el rostro en un rubor intenso.
-Sentimos la molestia profesor, no volverá a ocurrir.
Debo decir que era mi salvador, o más bien el causante de mi vergüenza.
Al profesor no pareció convencerle la respuesta, pero siguió a lo suyo.
-Muy bien, ¿por dónde íbamos antes de que la íntima charla de vuestros compañeros nos interrumpiera?
Solté todo el aire que se me atasco en la garganta. El alivio llegó como una fresca ola, alejando todo rastro de rubor de mi rostro. Miré a mi compañero, y lo encontré mirándome con una sonrisa de oreja a oreja.
– ¿De qué te ríes? -traté de que sonara enfadada, pero mis ojos decían otra cosa.
-No sabía que eras un camaleón. De un momento a otro pasaste de ser blanca a roja como un tomate. Tienes más habilidades de las que pensaba, señorita De La Vega.
Le di codazo y el muy capullo soltó una risita, consiguiendo que toda terminación nerviosa que había en mi cuerpo le respondiera. Reí por lo bajo. No quería pasar más vergüenza.