-Creo que tengo el nombre perfecto.
-¿Cuál?-Serena levantó una ceja suspicaz.
-Susphyria.
-¿Susphyria?-preguntaron las dos al unísono.
-Sí. -hice una pequeña pausa, sopesando lo siguiente que iba a decir. -La noche anterior, en la fiesta, me pasé un poco con las anfetaminas.
-Joder, y tanto. -hice caso omiso del comentario de Amelie.
-La cosa es que acabé bailando casi desnuda y demás, pero lo raro fue que un tío, al que no consigo ponerle cara por más que me esfuerce, me rescató antes de que acabará desnuda por completo. Me llevó a mi habitación, y me dejó sobre la cama. Me estaba medio durmiendo, cuando de la nada empecé a sentir mucha atracción hacia él. Me lancé y prácticamente le absorbí con mis besos. Estaba a punto de hacerlo cuando vomité y caí en una profunda inconsciencia. -otra pausa. Serena me miraba maravillada, era como si esa historia fuese clave para su idea del club. – Al día siguiente me levanté vestida con una camiseta, y lo único que encontré fue esta tarjeta con el nombre Susphyria.
Les tendí la tarjeta. No se porque la llevaba conmigo. Era un trozo de cartón muy bien diseñado. Me avergonzaba admitir que me reconfortaba. Era como si pudiera volver a ese momento una y otra vez.
-Vaya, vaya. Esto se está poniendo interesante.
-¿Qué quieres decir con eso Serena?
-Es perfecto. Es como si el destino nos estuviese enviando una señal para que creemos este club.
-¿Estás loca? Un tío misterioso se cuela en su casa, y no sabemos sus intenciones, y lo único que deja es una tarjeta, ¿no te resulta un tanto sospechoso?
A Amelie no parecía hacerla gracia ni mi relato, ni la idea de Serena.
-Piénsalo Amelie, tuvo que ser alguien que estuvo en la fiesta, por lo tanto, nos conoce. Creamos el club, pasamos invitaciones, y quien sabe, quizás el misterioso hombre aparece y salva a nuestra damisela de su virginidad perpetua.
-SERENA.