Los primeros rayos de sol, me dejaron ciega varios minutos. Eran incapaz de levantar los párpados, sin sufrir una quemadura de la lente ocular. Tenía un sabor a ácido en la boca, y el cuerpo me pesaba como si fuese plomo. La cabeza me daba vueltas, como aquella vez que estuve en el parque de atracciones, sólo que esta vez, veía el universo entero siendo tragado por un agujero negro, provocándome arcadas y retortijones en la tripa.
-Madre mía…, estoy muerta o en plena transición.
Con la mano, palpé mi alrededor, para poder deducir donde narices estaba. Mi habitación. Bien, eso significaba que fui una buena chica, y me fui a dormir antes de liarla. Quise buscar mi móvil, pero eso ya implicaba mucho más movimiento. Gemí de dolor, odio los días después de una fiesta. Decidí hacer un esfuerzo, abrí los ojos, y grité.
-Pero porque tiene que quemar este sol.
Me senté en la cama, pero tuve que agarrarme a la mesita de noche, puesto que no paraba de convulsionarme. Me froté los ojos, y analicé mi situación. Llevaba puesta una camiseta negra, bien, ninguna violación a la vista. Mi móvil, en fin, este aparato nunca está donde tiene que estar. Me dispuse a levantarme, cuando encontré un vaso de agua, junto a lo que parecía ser mi salvación, y una tarjeta negra.
-Pero que…
“Susphyria”