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Susphyria

Capítulo 12 – Daniel

Una fotografía de Dario Cavero (@dario.cavero)

Volví a mi sitio como aturdido. Esa chica era mona, sin más. Tampoco se trataba del beso que me di con ella. Era su mirada. Amelie. Siguió jugando como si nada, pero no me quitaba los ojos de encima. Estaba como dolida, y al mismo tiempo, podría decirse que le excito esa escena. Miré la hora, y eran pasadas las dos de la madrugada. A decir verdad, esta gente sabia organizar fiestas.

Me levanté y me fui en busca de un baño, necesitaba darme un poco de agua en la cara. No se si por la bebida, por la tensión que llevaba dentro, pero estaba como mareado. Según recordaba, el baño estaba en la segunda planta.

– ¿Buscas algo?

No era una pregunta, más bien una afirmación. A pesar de lo alta que estaba la música, su voz, conseguía abrirse paso, y llegar hasta muy dentro de mí. Decidí girarme, y por poco choco con ella.

-El baño.

Estaba a escasos centímetros de mí. Podía oler la mezcla de colonia cara y alcohol que llevaba encima.

-Acompañame.

Me agarró la mano como si nada, y me llevó al final del pasillo, donde únicamente había una puerta. Me soltó la mano y abrió la puerta.

-El baño.

Me quedé mirándola. Estaba preciosa.

-Gracias, supongo.

No dijo nada, giró sobre si misma, y se dispuso a volver por donde vinimos. No estaba seguro de si quería seguirla o no. Y entonces recordé como la había pintado. Los colores como fluían a su alrededor.

-A la mierda.

Corrí detrás suya y la agarré de la mano. Ella simplemente se giró, y sonrió. Pensaba estampar mi boca contra la suya, pero en vez de eso, ella me dirigió hacia la puerta entreabierta.

El interior estaba a oscuras, a excepción de las luces de una Madrid dormida. Me empujó contra la puerta, y acercó su cuerpo al mío. Pude notar los latidos de su corazón retumbar dentro mía.

– ¿Por qué?

Sabía a lo que se refería.

-No lo se. -y acerque mi boca a la suya. Vi como se resistía, al mismo tiempo mientras temblaba y se humedecía los labios. Y entonces, fue como si el mundo se rompiera a pedazos, y sólo estaban sus labios. No había romanticismo, no había amabilidad. Sólo furia, salvajismo, y deseo en estado puro.

La agarré por la cintura y la subí en el lavabo. Podía notar lo sensible que estaba cada parte de su cuerpo. Como se retorcía y se frotaba contra mí. Pasé mi lengua por su cuello, para bajar por su pecho, viendo como gemía. Ella me agarró la cabeza, y volvió a estampar su boca contra la mía. Moví mis manos memorizando cada curva, hasta llegar al lugar que le correspondían. Jadeé cuando noté que no llevaba bragas. El sólo echo de pensar que no las llevaba por mí, provoco una descarga eléctrica directa hacia mi masculinidad. Le agarré la cadera, instándola a moverse encima, quería saber que todo aquello que soltaba era por mí.

Me arrodille enfrente suya, no sin antes ver como caía en picado hacia una muerte segura. No quise ser cuidadoso, necesitaba follarla, quería ver cuanto me necesitaba. Di un lametazo salvaje sobre su palpitante punto, y vi como entera se estremecía. Volví a repetir el gesto, pero esta vez sin parar, mientras con los dedos entraba una y otra vez dentro de ella.  Estaba a punto, lo podía notar como se cerraban alrededor mío, y entonces pare.

Posé la mirada sobre ella, clavándola en el sitio, mientras abría el pantalón. Ella era una depredadora, y yo una inocente presa. Sabía lo que quería, y me mostró su impecable sonrisa. Me lamió el cuello, despacio, dejándome notar la humedad y a la vez la aspereza de ese gesto. Y entonces la atraje directamente hacia la boca del lobo. Quiso gritar, pero jamás se llegó a escuchar ese grito, ya que cerré mi boca contra suya, iniciando una dura penetración. Se estaba derritiendo, y ella lo sabía, le agarré el trasero con fuerza, y ella me mordió el labio inferior, dejándome saber quién mandaba. Fue todo lo que necesité para estallar en una lluvia de estrellas. Cerré los ojos, y dejé que toda esa potencia se derramase. Vi como sus pupilas se dilataban, y al mismo tiempo que los fuegos artificiales estallaban en la calle, ella alcanzó el clímax.

En ese instante, vi que ella era un ángel, y yo el diablo, y los dos estábamos rompiendo las reglas del equilibrio al desatar el infierno.

Sin embargo, mi fantasía…, solo fue eso, un bonito cuadro, que se desdibujaba a medida que ella se estaba alejando por el pasillo.

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