Asier Martí llega con Los años que nos han faltado, un disco debut que más que presentarlo, lo sitúa en un punto exacto de su propio mapa emocional. Este trabajo nace como una despedida de la etapa que lo vio crecer y como una manera de aceptar todo lo que ha sido hasta hoy: las primeras canciones, las dudas creativas, los aprendizajes impulsivos, las versiones de sí mismo que en algún momento ya no reconocía. Asier construye este álbum como una especie de autorretrato en movimiento, un diálogo entre el joven que empezaba a escribir sin demasiadas certezas y el adulto que empieza a entender de dónde viene su manera de sentir.
En la conversación, Asier se muestra cercano, reflexivo y sorprendentemente claro a la hora de hablar de sí mismo. Aborda la madurez, las máscaras que un día se puso para encajar, las etapas que ha dejado atrás y los pequeños descubrimientos que dieron forma al disco. Entre canciones que mezclan ternura, ironía y cicatrices, dibuja la sensación de estar justo en ese punto donde uno entiende que crecer no es una línea recta, sino un proceso de ida y vuelta. Y desde ahí, con los pies puestos en su presente creativo, Asier abre la puerta a una etapa nueva donde la experimentación, la honestidad y la búsqueda personal serán el centro de todo lo que viene.
Quería preguntarte primero de todo, ¿qué vas a grabar hoy?
Hoy pensaba sentarme a componer, pero al final voy a estar más con producciones y mezclas. Como también soy productor, hay días en los que salto de una cosa a otra según lo que el cuerpo me pida. A veces me pongo con un beat, luego con un arreglo, luego con una letra. Depende muchísimo del día y de la energía que tenga.
¿Y crees que hoy Asier tendrá nueva canción?
Hoy no. Mañana. Mañana sí que es día de darle fuerte a componer.
El disco
Primero de todo, felicidades por el disco. Me ha gustado mucho. Este disco es una carta de presentación donde muestras todas tus facetas, pero quería que me contaras cómo empieza este viaje: en qué momento decides escribirlo, diseñarlo, imaginarlo.
A ver, realmente este disco no nació como “voy a hacer un disco”. Nació como una forma de cerrar una etapa. Yo ya tenía varias canciones escritas, canciones que venían de mis 18, 19, 20 años… todas esas primeras veces, esos aprendices de lo que quería ser. Y llegó un punto en el que, después de hacer una serie de canciones, pensé: oye, creo que ya sé más o menos a dónde quiero ir. Ese clic de decir “vale, esto soy yo, esto no, esto me interesa, esto no tanto”.

Como cuando vosotros empezasteis con la revista: hay dudas, hay caminos posibles. Pues yo también estaba así. Y de repente llegué a ese punto de vale, quiero cerrar esta fase. Pensé mucho en los “años que nos han faltado” como ese tiempo que aún no vives del todo porque todavía estás aprendiendo. Ahí empezó todo.
La nueva faceta de Asier Martí
Entonces, ¿un disco que marca el inicio de tu identidad musical?
Sí, creo que sí. Plantea las bases de dónde quiero estar, aunque tampoco me cierra puertas. Es como el punto de partida de verdad.
En el disco las historias no están ordenadas: Erasmus, una canción enamorada con Nerea, luego un bajón emocional… ¿Por qué esa mezcla?
Queríamos dividir el disco en dos partes: el antiguo yo y el nuevo yo. No cronológicamente, sino emocionalmente. Hay canciones que pertenecen a un Asier más adolescente, otras al universitario, otras al que está empezando a entenderse. Y decidimos intercalarlas para que el disco tuviera un viaje energético: subidas, bajadas, recuerdos, impulsos.
La idea era que el oyente pudiera ir saltando entre mis etapas igual que yo lo hacía al escribirlas.
El anterior Asier, más desbordadas
¿Cómo ha sido reencontrarte con tu antiguo yo desde tu versión actual? Porque claro, grabar canciones que ahora lees y dices “menuda chorrada escribí aquí”, pero que te siguen gustando… ¿cómo lo has vivido?
Ha sido difícil, no te voy a engañar. Recuerdo que al principio, cuando surgió la idea de hacer un disco, yo decía: “pero si estas canciones ya ni me representan, ¿cómo las voy a meter en mi primer disco?”. Me daba como mucha vergüenza, como cuando recuerdas algo que hiciste con 16 años y dices “madre mía, en qué momento”.
Pero luego lo pensé bien y dije: oye, igual está guay darle empaque a toda esa etapa joven. Porque muchas veces nos avergonzamos de quienes fuimos, como si esas versiones fueran errores. Y en realidad creo que es bonito reconocer que todas esas versiones te han influido y te han enseñado cosas.
Y cuando me puse a releerme, a reescucharme, a reencontrarme con ese antiguo Asier, fue bonito. Fue como reconciliarme conmigo mismo, como ver a tu yo pequeño y entender que solo estaba aprendiendo. Igual esas canciones eran más infantiles o más simples, pero estaban en su contexto, y gracias a ellas hoy soy otra versión de mí mismo. Lo viví con ternura, no con vergüenza.
Y claro, las emociones de la adolescencia son más desbordadas. Luego ya con más vida, un desamor no se vive igual.
Totalmente. Las primeras veces se viven a lo grande, pero también son preciosas. Te marcan muchísimo.
La máscara de Asier
Hablemos de colaboraciones. Lluna en Fantasmas, que es preciosa, y Blas Cantó en Máscaras. Todos nos ponemos máscaras a veces para no sentirnos pequeños frente al mundo. ¿Qué has perdido tú por ponerte una máscara?
Buah. Esta pregunta es una barbaridad. Y no me la habían hecho nunca. Y me encanta.
A ver… creo que lo que más perdí fue un gran círculo de amigos. Y es fuerte decirlo así, pero es real. Llegó una etapa en la que yo intentaba gustar más, ser más gracioso, ser más divertido… forzar un personaje. Y esas cosas se huelen. La gente nota cuando no estás siendo tú. Y yo me equivoqué muchísimo. Tuve que pedir muchas disculpas, porque hice daño sin querer. Me rodeé de un entorno que quizá no era el mío. No porque fueran malas personas, sino porque yo no encajaba realmente ahí.
Y gané mucho también. El día que me di cuenta de todo eso… buah. Me pegué una llorera terrible. Pero fue un antes y un después. Empecé a ver actitudes mías que no me representaban y cambié muchas cosas. Y en ese proceso me encontré con Blas, que también estaba en un momento de cambiar cosas en su vida. Y compartir Máscaras con él fue un sueño, una especie de terapia conjunta. Muy sincero todo.
Sé que algunos artistas hacéis camps de composición. ¿Qué has descubierto en esos encuentros creativos?
Pues mira, he intentado hacer algunos. De hecho hicimos uno en una casa que tenemos en Cantabria. Y salió bastante bien. Lo que más me gusta de esos camps es que no hay ego. No se trata de ver quién escribe la frase más brillante, sino de crear la mejor canción posible. Cuando el artista está presente es todavía más guay, porque entiendes de verdad qué siente.
Y cuando de repente alguien saca una melodía que desbloquea todo, es como un “¡sí, era esto!” y se celebra. Esa sensación de equipo es brutal.
Los bonus track
Tienes tres acústicos bonus track: La estación, Náufrago y Qué somos. ¿Por qué lanzarlos así y no esperar a un directo?
La estrategia inicial era otra. Íbamos a desbloquearlos poco a poco: uno al terminar un concierto, otro semanas después… Pero al final dijimos: mira, saquémoslo todo ya. Que la gente pueda disfrutar del disco completo desde el primer día. Y luego ya iremos sacando los vídeos cada tres semanas.
Además tenía sentido que este “nuevo yo” rehiciera canciones del antiguo, como una versión 2025 de algunas ideas que nacieron hace años. Era una manera de cerrar la etapa bien cerradita.
Hay una canción que me parece maravillosa y muy original: Tu Match. Esa metáfora de un fracaso emocional contado como si fuese un partido de baloncesto. ¿De dónde sale?
Pues Tu Match es la última canción del antiguo Asier. Aunque se compuso antes que otras. Y ni siquiera iba a llamarse así. La primera maqueta se llamaba “Americano”. Porque la idea inicial era hacer una crítica a la vida típicamente americana de las pelis: caótica, exagerada, llena de clichés. La letra hablaba de aliens, de cosas rarísimas.
Luego empezamos a darle un rollo más jugón, más cheerleader, más de campus universitario. Y ahí se me ocurrió la metáfora de hacer “un match” con alguien como si fuese un partido de básquet. Todo muy americano, sí. Empezó siendo una broma, algo que ni pensaba que saldría, pero cuando vimos que quedaba guay dijimos: pues mira, se queda. Y así nació.
Ahora que te produces tú mismo, ¿te es más fácil? Y ya de paso: ¿hay nuevas canciones para 2026?
Producirme a mí mismo me es más fácil a nivel creativo. Porque puedo experimentar todo lo que quiera. Ahora mismo también es por motivos económicos, que tampoco voy a esconderlo: producir música es caro, el material es caro, la formación es cara. Y tampoco podemos convertir esto en algo elitista.
Pero producirme me permite cosas que en un estudio quizá no son posibles. Puedo estar cinco horas en una intro de ocho segundos porque quiero probar guitarras, modulaciones rarísimas, texturas… y disfrutarlo. Eso, pagándolo, sería inviable.
¿Habrá música en 2026? Sí. Mucha. Me apetece experimentar muchísimo. Quizá no dos discos en una noche, pero bastante.
Hablabas de intros. Tu intro es preciosa y muy cinematográfica. ¿Cómo surge?
Escuché varios discos pensando en cómo introducir el concepto del álbum. Porque como el disco no nace de cero, me daba miedo que no se entendiera. Conocimos a Antonio Hueso, que ahora es muy amigo, y hablamos mucho sobre la vida, las etapas… Él quiso acompañarnos y se vino un par de días al estudio. Tuvimos una charla larga y de ahí salió el concepto. El guion lo escribí yo, pero lo revisamos juntos. Y tenerlo como narrador fue un lujo. Estoy rodeado de gente muy guay ahora, y lo valoro muchísimo.
La Madurez
Hay un tema que aparece mucho en este proyecto: la madurez. Tú hablas de dos Asiéres que dialogan entre sí. A día de hoy, ¿cómo defines tu propia madurez?
Rara. Muy rara. Porque en muchas cosas me sigo viendo un crío. Pero creo que la clave ahora es que lo miro todo desde una perspectiva más externa, como si fuese un tercero. Sigo sintiéndome perdido muchas veces, pero creo que eso también le pasa a mucha gente.
Lo guay es que te das cuenta de que nunca dejas de aprender. Y eso me encanta. Me he hecho hasta listas de cosas que me gustan, para no perder el rumbo. Pero aun así está esa parte de incertidumbre que me motiva. Dentro de dos años sabré cosas que hoy ni imagino. Así que vivo la madurez como algo evolutivo y experimental. Una “Evolutiva Experience”.
Me quedan pocos minutos. ¿Qué pregunta no te han hecho sobre tu disco y te gustaría que te hicieran?
Pues mira, muchas preguntas me han gustado, sobre todo la de la máscara. Pero algo que echo de menos es hablar de las ideas iniciales. Si hubo conceptos antes de este, si hubo otros caminos posibles. Porque yo le doy mil vueltas a todo.
Pues vamos con ella: ¿qué ideas barajaste antes de llegar al concepto final?
Varias. Yo tocaba mucho en la calle, y hubo una idea relacionada con una línea de metro, con viajes, con estaciones de la vida… Otra tenía que ver con la madurez, pero no terminaba de representarme. Fueron ideas que existieron, pero que luego descarté.

¿Y cómo habrías llamado el disco si no fuera Los años que nos han faltado?
Hubo un momento en el que se iba a llamar Prólogo. Lo pienso ahora y digo: pero ¿qué hacía yo? Pero bueno, estuvo encima de la mesa.
¿Y La estación como título? A mí me gusta mucho.
También la valoramos. Tenía sentido porque fue lo primero que saqué. Pero no queríamos que el concepto se centrase solo en eso. Era más bonito hablar de los años en general, no de una parada concreta.
Y ahora sí, 2026. ¿Habrá música? ¿Gira? ¿Nuevas etapas?
2026 va a ser un año de experimentación absoluta. Habrá música, sí. Conciertos seguramente más hacia el final. Pero sobre todo será un año de tirar cosas, escribir otras, reconstruir y redescubrir. Un resurgimiento, en realidad.


