Cónclave

Cónclave, el thriller vaticano que va de camino a los Oscars

La película Cónclave, dirigida por Edward Berger y basada en la novela de Robert Harris, se ha convertido en una de las cintas más comentadas de los últimos años. Lo era antes de su estreno, y lo ha sido aún más desde que anticipase ciertos hechos reales relacionados con la Iglesia en 2025. Se trata de un thriller psicológico que explora los entresijos del poder, los secretos eclesiásticos y las tensiones entre tradición y cambio.

Basado en la novela de Robert Harris

El guion, adaptado por Peter Straughan a partir del bestseller de Harris, se aleja de los tópicos al presentar personajes complejos y grietas reales dentro del Vaticano. No hay grandes monólogos dogmáticos, sino silencios cargados de significado, estrategias discretas y pequeñas traiciones que cambian el curso del cónclave. Algunas concesiones provocativas —como el giro final sobre la identidad de género del nuevo papa— cumplen precisamente esa función: sacudir al espectador para hacerle pensar, más allá del impacto que pueda generar ese momento.

Cónclave

La estructura narrativa está muy bien medida para mantener la tensión: cada votación se va revelando poco a poco, y los secretos salen a la luz con ritmo, sin altibajos innecesarios. Es cierto que el giro final puede resultar divisivo. Personalmente, me sorprendió —y me pareció valiente—, aunque entiendo que haya quien lo perciba como una salida algo efectista. Sin embargo, no empaña el conjunto: la película arriesga, y se agradece cuando el cine no se conforma con lo correcto.

Una película impecable

Visualmente, la película es impecable. Berger y su equipo construyen un Vaticano que se siente como una atmósfera propia: pasillos oscuros, habitaciones austeras, una Capilla Sixtina que se intuye más que se muestra. Se juega con la luz, los espacios y el silencio para que la tensión circule sin necesidad de grandes estridencias. El trabajo de arte y vestuario está muy documentado, y los trajes cardenalicios están inspirados en diseños históricos que refuerzan ese aire solemne que impregna toda la cinta.

El director Edward Berger en un momento del rodaje de Cónclave

La música también juega un papel importante, pero evita los caminos predecibles. En lugar de recurrir a coros o melodías religiosas, la partitura apuesta por una sonoridad más abstracta y emocional, apoyada en instrumentos inusuales como el cristalófono y efectos rítmicos que subrayan la tensión interna de los personajes.

El reparto, lo más llamativo

Lo que realmente hace que Cónclave funcione tan bien es su reparto. Ralph Fiennes encarna al cardenal Thomas Lawrence con una presencia imponente, pero sin caer en el exceso. Su interpretación transmite una lucha interna constante entre el deber, la fe y la moral personal. A su lado, Stanley Tucci ofrece un retrato sofisticado de un cardenal astuto y políticamente hábil.

John Lithgow impone respeto en su papel del camarlengo Tremblay, mientras que Isabella Rossellini aporta profundidad emocional a través de la figura de la hermana Agnes. También destacan Lucian Msamati y Sergio Castellitto, ambos impecables, cada uno en su registro. Este conjunto actoral, coral y sin fisuras, permite que cada escena tenga su propio peso dramático sin depender únicamente de los protagonistas. El resultado es una de las mejores actuaciones colectivas del año.

Una guerra silenciosa por el poder

Cónclave

Aunque la historia está ambientada en el Vaticano, su contenido conecta directamente con los debates de nuestro presente. La película aborda sin miedo las tensiones entre el ala progresista y la conservadora de la Iglesia, cuestiona el concepto de transparencia dentro de instituciones tan herméticas y plantea si es posible una transformación real en un entorno tan condicionado por la tradición. El personaje de Benítez, ese cardenal in pectore que resulta ser intersexual, introduce una reflexión valiente sobre inclusión, diversidad y ruptura de esquemas. La elección de su nombre papal, Inocencio XIV, no es casual: evoca una limpieza, una renovación que resuena con los desafíos de una Iglesia que aún camina sobre una cuerda floja entre el pasado y el presente.

El final divide opiniones

El final de Cónclave es, sin duda, el punto que más opiniones ha dividido. Para algunos espectadores representa una genialidad narrativa, una sacudida simbólica que subraya el mensaje de fondo. Para otros, sin embargo, puede resultar artificial, demasiado teatral y poco creíble dentro de una historia que hasta entonces se había movido con mucha sobriedad. Es cierto que algunos críticos han señalado que el desenlace parece salido de otro tono, más cercano a lo alegórico que a lo realista. Aun así, no deja de ser un cierre coherente con la voluntad de provocar una conversación más allá del último plano.

Cónclave

Algunos espectadores y críticos han encontrado en la cinta una cierta frialdad emocional. Argumentan que, a pesar de su factura impecable, cuesta empatizar del todo con los personajes o sentirse verdaderamente conmovido por sus dilemas. También se ha señalado que, aunque el guion es inteligente, hay momentos en los que se vuelve algo repetitivo o previsible en sus dinámicas internas. Por último, hay quien critica la ausencia casi total de recogimiento espiritual en los personajes, como si la dimensión religiosa quedara diluida en favor de la política eclesiástica.

La crítica

Lo mejor de la película, sin duda, es su reparto coral. Cada interpretación suma, construye y da credibilidad a un guion que apuesta por el subtexto. También destaca el guion en sí mismo, que no solo maneja bien los tiempos narrativos, sino que se atreve a plantear ideas arriesgadas sin caer en el sensacionalismo. Visualmente, la ambientación y la banda sonora trabajan de forma complementaria para generar una tensión constante y sutil. Y, sobre todo, hay una relevancia temática que no se puede obviar: el feminismo, la inclusión, la transparencia institucional y el peso del poder como herencia están presentes a lo largo de toda la historia.

Cónclave

Entre los puntos más discutidos encontramos esa cierta frialdad que puede transmitir el tono general, sobre todo en los momentos más íntimos. Algunos espectadores echan en falta una conexión emocional más directa con los personajes. También el final, que aunque simbólicamente poderoso, puede sentirse excesivo para quienes esperaban una resolución más contenida. Y no menos importante, para algunos creyentes puede resultar llamativo —y quizá incómodo— que en una película ambientada en el corazón de la Iglesia apenas se muestre oración o espiritualidad.

En cualquier caso, Cónclave es una propuesta que no deja indiferente. Es cine elegante, inteligente y comprometido, que sabe jugar con los elementos del thriller sin traicionar su dimensión política ni renunciar al drama humano. Su guion provoca, su elenco convence y su factura técnica deslumbra. Y aunque su final divida, lo cierto es que esa misma división demuestra que la película ha tocado una fibra importante.

Por todo esto, merece la pena verla. Porque más allá de su estética impecable y su reparto de lujo, Cónclave es una historia que nos recuerda que el poder —incluso el que se ejerce bajo la apariencia de fe— nunca es inocente. Y que el cine, cuando se atreve a mirar de frente a las instituciones, puede ser también una forma de verdad.