—Son cuatro euros. Pásame el azúcar moreno.
Él comienza a sacar la cartera, pero se detiene antes de que las monedas que sostiene se acerquen lo suficiente a mi mano. Está perplejo, y parece que no ha entendido lo que le he dicho. Le miro fijamente y le señalo dónde se encuentran los botes de nuevo. Él gira la cabeza, pero al volver frente a mi rostro, enarca una ceja.
—El bote de azúcar moreno. Tráelo al mostrador —explico, esperando que esta vez haya entendido lo que quería.
Su cara expresa a la perfección el desconcierto. El único consuelo que me da es que camina hasta donde se encuentran los botes, y me alcanza el correspondiente. Una vez tengo el azúcar moreno a mi disposición, levanto el bote y lo vuelco para que vayan cayendo los granitos tostados hacia la cuchara que he levantado. Algunos se caen sobre el mostrador, pero luego pasaré un trapo y san se acabó. Consigo llenar una cucharada al poco rato y, antes de echarla en la bebida le pregunto a Álex:
—¿Cuántas cucharadas necesitas?
—Dos —responde, aún conmocionado. Sin embargo, respira como si estuviera más tranquilo y repite—: Dos cucharadas, por favor.
Echo la que tenía preparada, y vuelvo a realizar el mismo proceso. Remuevo un poco para que se vaya disolviendo un poco y vuelvo a señalar donde estaban los botes, recordándole que al lado también tiene tapas para evitar que se derrame el café. Antes de ir hacia allí, me da los cuatro euros, toma el bote y se lo lleva consigo. Lo deja donde lo había encontrado, coge una tapa para vasos medianos y regresa. Pone la tapa en la bebida, la toma y me dedica una sonrisa muy breve antes de salir disparado hacia la salida. Le sigo con la mirada un poco más, antes de fijarme en que mi jefe me está mirando fijamente.