Antes de meterme en la estación para ir a trabajar, miré hacia el cielo. Seguía despejado, sin apenas nubes y con el sol iluminando cada rincón de la tierra. Al menos no parece que vaya a caer otro chaparrón como el de ayer, pensé. Un cuarto de hora después, estaba sentado en el tren comenzando un nuevo trabajo que nos habían mandado en Narrativa Audiovisual. Tendría que haberlo empezado antes, pero con lo del curro, corregir los trabajos para otras asignaturas, estudiar para los exámenes y todo el rollo de Elio, no pude hacerlo. Al menos he conseguido adelantar todo el tiempo que había perdido durante el viaje.
Ahora, que llevo unos veinte minutos sirviendo cafés y limpiando cada vez que lo requiere el jefe, siento que puedo dejar que se vayan algunas preocupaciones de mi cabeza. Me entero gracias a una compañera de que la semana que viene nos visitará un director de zona para evaluarnos. Si me lo llega a decir al principio de mi contrato, pues me habría acojonado, pero, a estas alturas, ya no le tengo miedo a nada. Me pongo a limpiar el mostrador, ahora que no hay tanta gente, y observo el reloj que hay en la pared tras de mí. Pero no me da tiempo a fijarme en la hora, porque entra alguien apresuradamente en el local. Alguien que hace que se corte la respiración y se me hiele la sangre de las venas.