Los días van pasando hasta que llega la Nochebuena como si nada. Los exámenes me han ido relativamente bien; el trabajo, igual. Gonzalo y Pablo han quedado conmigo en varias ocasiones, ya fuera para tomar algo o para algún evento que organizaban por Barcelona. Incluso en los días en los que no teníamos por qué ir a trabajar. La ciudad, además, se ha vestido formalmente para dar la bienvenida a las fiestas navideñas. Este año, la combinación de las luces es demasiado rara: estructuras que parecen tambores sin acabar con enormes palos que crean cascadas de luces, yendo de arriba abajo. Las tiendas están mucho mejor; no destacan especialmente por la decoración, pero les queda bien las guirnaldas en los escaparates y los bloques de poliespan envueltos en papel de regalo junto al resto de los productos.
Algo en lo que sí que pecan en todos lados es en poner los mismos villancicos una y otra vez. Vale, puedo entender que sea tradición escuchar 25 de diciembre, o Los peces en el río, pero no hace falta ponerlos en bucle hasta la náusea. O sea, Mariah Carey creó una canción navideña en el mil novecientos noventa y cuatro -que, si he de ser sincero, no sé si se considera un villancico o no-, y no le prestan tanta atención como al resto. Pero, joder, hay muchos artistas que se dejan los cuernos para dejarnos un recuerdo bonito para esta época, y la gente pasa. Menos mal que yo me entero de los especiales que van poniendo en Estados Unidos, y tuve la suerte de encontrar la canción que cantó Bebe Rexha para un especial en Spotify.
En cuanto nos dieron los días libres correspondientes en la facultad, Luna y yo aprovechamos para recorrernos unas cuantas tiendas. Acordamos hacer el amigo invisible el uno con el otro, pero ninguno podía saber qué era lo que el otro le regalaba, porque no nos interesaba comprar un regalo de precio similar al del otro. Yo vi una oferta de Funko Pop en la que podía coger dos de sus personajes favoritos de Monstruos S. A., su película favorita de Disney. Y aproveché que también entraban varios de Marvel, y me pillé unos para mí. Ella se emocionó muchísimo cuando abrió su regalo, y me abrazó tan fuerte que estuvo a punto de dejarme sin aire en los pulmones.
Eso sí, su regalo me llegó directo al corazón.