En la calle, Elio se acerca a mí hasta que llegamos a la parada de metro más cercana. Una vez allí, me da un abrazo bastante largo y me pide que le avise al llegar a casa. Yo asiento con la cabeza antes de que se incline sobre mis labios. Su lengua explora mi boca mientras sus manos se posan sobre mi cuello. Nos separamos tras unos segundos, y lo repetimos. Tengo que insistir para que me deje marchar, pero con la condición de que nos veamos lo antes posible. Yo le digo que sí, y me meto en la estación después de besarle por última vez, de manera más corta.
De camino a casa, siento que el corazón me va a estallar. Bueno, el corazón y lo que tengo entre las piernas. No puedo negar que sus besos me han puesto cachondo. Pero, haciendo retrospectiva, tuerzo el gesto. Podría haber ido mejor, y podría haber ido peor.
Ha sido un día normal.