—¿Te apetece tomar postre? —pregunta. Opto por no contestar—. No es nada sexual. Es solo que los mochis de aquí los hacen caseros.
—Ah. Entonces, sí. Quiero uno.
—De acuerdo, pues. ¿Luego quieres ir a pasear?
—Pues, si te soy sincero, creo que ya he paseado mucho por hoy. Y me apetece quedarme en casa el resto de la tarde.
—Bueno, no pasa nada —susurra tranquilo. Y eso me enternece algo más.
Mientras Elio pide a la camarera dos mochis de flor de cerezo, a mí me da por mirar hacia la puerta. Sé que ha ido entrando más gente a cada minuto que hemos estado comiendo, pero no pensaba que esto que ven mis ojos se llegase a producir: Mora y la que intuyo que es su novia están sentados en una de las mesas cercanas a la entrada. Siento que se me cierra la boca del estómago y, cuando me doy la vuelta, me arrepiento de ver los mochis a un lado de la mesa.
Hay cientos (por no aventurarme a asegurar miles) de restaurantes en la ciudad, y tener que coincidir el mismo día y en el mismo sitio con Mora… pues no es que me agrade.
Me termino el postre como puedo, aunque Elio ni lo nota. Al rato, pide la cuenta y paga lo debido. Me escabullo al baño para echarme un poco de agua fría en la cara y respirar. Si no me tranquilizo, va a ser peor. Al volver junto a Elio, este se levanta y me tiende la mano, la cual acepto, y nos dirigimos hacia la calle. Antes de salir del local, veo cómo Mora habla con la chica y esta le esquiva la mirada.
Se lo merece.