Cogí la primera camisa que pillé en el armario. Era una de color burdeos que, según mi madre, iba de maravilla con mi color de piel. Me puse unos vaqueros negros que tenían unos cortes en la rodilla. Aunque esa moda ya pasó, yo seguía llevándolos. Cogí mi cazadora de cuero y salí por la puerta.
Paré el primer taxi que vi y me metí antes de poder arrepentirme de mi decisión. Una vez dentro, me puse analizar mi penosa vida. Era una fiesta de disfraces y yo iba como si fuera el típico malote de una película de adolescentes. Bueno, dicho así suena un poco ridículo, no dejaba de ser un adolescente.
Estuve todo el día bloqueado. No hice ni ejercicios. Andaba de un lado para otro, todo el rato pensando si ir o no. Hice incluso una lista de pros y contras. Acabo ganando la parte de los contras. Tuve mis puntos de seguridad máxima, aquellos en los que estaba confiado en la decisión que tomaba, pero duraban poco. La hora se acercaba y yo estaba en un limbo total.
Cuando no veía luz al final del túnel, me dirigí a la nevera a por una cerveza. Una persona no puede tomar una decisión sin una gota de alcohol en su cuerpo. El burbujeante líquido se deslizó por mi garganta enfriando y alejando todo rastro de preocupación.
— Tienes un mensaje nuevo.
Volví poco a poco a la realidad que me rodeaba y abrí el mensaje.
“Hola de nuevo Dani, espero que no te importe que te llame así. Soy Gisele, la de la fiesta. Aún no me has confirmado si vienes, pero tampoco has dicho si no, entonces, deduzco que ese silencio sea más positivo que negativo. Vamos a estar todos los de clase y algunos amigos. Si quieres, puedes traerte algún amigo para sentirte más cómodo. Recuerda que la fiesta es a las 19:00. Espero verte ahí, besitos”.
Releí el mensaje cinco veces, como buscando algo que no cuadrara. Algo que me diga “NO VAYAS”. Pero nada, esta chica era muy amable, y parecía bastante simpática.
Miré el reloj, eran las 18:30 y tenía justo media hora para llegar a esa fiesta. Me bebí la cerveza de un trago y me tomé un momento de reflexión. No tenía nada mejor que hacer. Estaba más solo que solo. Si salía, al menos me divertiría un rato.
Pues bueno, aquí estoy, metido en un taxi de camino a esa fiesta. Estaba loco, muy loco.
— Diría que está nervioso.
No sabía quién me hablaba hasta que vi la mirada del taxista a través del retrovisor.
— Algo así.
— ¿Fiesta?
— ¿Cómo dice?
Él pareció aclararse la garganta y replantear la pregunta.
— ¿Va a alguna celebración?
— Sí— Afirmé. Sé que con esas preguntas lo que trataba era de sacarme conversación, evitar que estuviera tan nervioso. Pero hoy no era mi día.
— Hemos llegado.
— ¿Cuánto le debo?
— Son 30,50.
— Madre mía, espero que valga la pena esta fiesta. Quédese el cambio.
Salí del coche dando casi un portazo.
— Menuda mansión.
Había oído que esa zona estaba repleta de gente rica, y me esperaba que las casas en las que viviesen no fuesen muy comunes. Pero eso que veían mis ojos, me recordaba a una mansión americana. Un porche lleno de jóvenes que se movían al ritmo de la música sujetando vasos con un líquido oscuro.
En medio de todo ese ajetreo, había una fuente que se abría en varios caminos, conduciendo hacia sitios que no me aventuraba investigar. Uno de ellos se adentraba un pequeño bosque que había detrás de la casa.
Avancé boquiabierto hasta la escalera de entrada. Me dispuse a abrir la puerta cuando alguien me agarró del hombro y me obligó a girar.
— ¿Dani?
Deduje por su aspecto que era la anfitriona de la fiesta.
— Finalmente decidiste venir.
— Sí— soné muy seco en comparación a la mezcla de sorpresa y alegría que expresaba ella.
Siguió un silencio incómodo. Los dos mirándonos mutuamente. La música sonando a tope y un fuerte olor a porro.
— Bueno, pues, te presentaré a los demás. ¿Vienes?