Cogí la botella de champagne y le indiqué que me siguiera. Tuve tiempo de descubrir cada rincón de esa azotea. La tarde fue demasiado tediosa entre discurso y discurso, así que descubrí sitios donde nadie pasaba.
Adrian olía a suavizante. Me recordaba al frescor primaveral. Joven. Dulce. Inocente.
Le empuje contra la pared y prácticamente le arranque la camisa.
Tenía a Madrid de noche frente a mí, y un largo pasillo oscuro jalonado de vidrieras. Le besé el cuello con dulzura. Tracé cada contorno en esa piel seráfica, disminuyendo y alejando toda tensión de su cuerpo. Estaba caliente, lo podía notar cada vez que me restregaba contra él. Necesitaba tocarle. Sentirle.
Tiré de la cremallera dejando que su abultado miembro saltará como un resorte directamente en mi boca. Tenía un sabor especiado. Adicto como él.
-No sé tu nombre.
No podía contestarle. Estaba demasiado ocupado tragando toda su esencia.
-Baja.
Como un buen siervo que obedece a su amo, se puso de rodillas ante mí. Esa postura de sumisión me provocó una oleada de placer oculto. Me gustaba el sado, pero no sabía hasta qué punto.
Tenía las manos temblorosas, y cuando por fin abrió la boca para lamer toda la longitud de mi miembro, sentí como el champagne por fin surtía efecto.
-¿Pero qué narices…?
Abrí los ojos de golpe y los centré ante la escultural figura que me miraba con cara de pocos amigos.
-¿Arman?
-Lárgate de aquí, y reza para poder conservar el trabajo, joven.
El camarero recogió su ropa tirada por el suelo y salió corriendo sin mirar atrás. Yo estaba mareado y un tanto extasiado.
-Espero que la interrupción haya merecido la pena Arman. Me has jodido una buena mamada.
De nuevo presencié como se resquebrajaba ese autocontrol que tanto se molestaba en conservar.
-Vístete antes de que te vea alguien.
Me abroché el pantalón y me encaré a él desafiante.
-¿O qué Arman? ¿Se lo vas a contar a mi padre?
Me empujo contra la ventana con tanta fuerza, que por un momento empecé a ver doble.
-¿Pero qué coño haces?
-Espero que sepas callarte la boca tan bien como meterte la polla en el pantalón. Ahora largo.
Pero siguió apretándome contra la ventana. Vi como salía humo por la nariz. Como sus ojos echaban chispas por los ojos. Y entonces un cosquilleo nada familiar me recorrió el cuerpo entero cuando su mano se metió en mis calzoncillos.
Empezó a hacerme una paja y fue la primera vez que aguante menos de un minuto. Noté rabia por cómo me apretaba, pero también desesperación por como la agarraba. Gemí junto a su cuello mientras me vaciaba en su mano.
Sacó la mano y se la limpió del pañuelo que tan cuidadosamente tenía colocado en su bolsillo. No pude descifrar su mirada. Simplemente se dio la vuelta y desapareció por el pasillo.
¿Pero qué ha pasado?