Desde que Pablo Larraín estrenase su segundo largometraje, ‘Tony Manero’ (2008), todas sus películas han sido seleccionadas por Chile para representar al país en los Oscar, a excepción de ‘Post Mortem’ (2010) y ‘Jackie’ (que compartía año con ‘Neruda’). Con semejante trayectoria a sus espaldas (y eso sin contar la candidatura de ‘Una mujer fantástica’, la cual produjo y ganó la estatuilla), no es de extrañar que exista una gran expectación alrededor de su último trabajo, ‘Ema’, que llega por fin a nuestras salas este fin de semana.
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‘Ema’ cuenta la historia de un joven matrimonio entre una bailarina (Mariana Di Giloramo) y su coreógrafo (Gael García Bernal) que decide separarse tras devolver a Polo, su hijo adoptivo al que fueron incapaces de criar, a los servicios sociales. Intentando dejar atrás la culpa, Ema se embarca en una odisea de liberación personal. A partir aquí, lejos de limitarse a retratar las consecuencias que sufre la pareja, completamente destrozada tras su decisión, Larraín opta por ir un paso más allá y ahondar en el deseo, la familia moderna y el arte en sí mismo.
En ‘Ema’ hay al menos dos historias que bien podrían pertenecer a películas diferentes: una, habla sobre la maternidad anómala y los nuevos modelos de familia en el siglo XXI; y la otra, sobre la liberación de la mujer, de su cuerpo y su sexualidad, en la que la música y el baile juegan un importante papel. Por momentos da la sensación de que, si Larraín hubiese optado por abordarlas de forma independiente, le hubiera quedado una película más redonda.
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No obstante, si apreciamos el conjunto, los intentos de Larraín por abordar lo máximo posible suman más que lastran y hacen de ‘Ema’ una propuesta atrevida, ambiciosa y rebosante de energía. Todo bien aderezado con un apartado visual espectacular, obra de Sergio Armstrong, director de fotografía de todas las películas del chileno a excepción de ‘Fuga’ y ‘Jackie’, y una buena dosis de reguetón.
Eso sí, pese a que “Destino” y “Real” sean los temas (temazos, en realidad) que se están llevando todos los aplausos del público, son las magníficas composiciones de Nicolas Jaar y la entrega absoluta de sus dos protagonistas lo que consiguen dotar de sentido y sensibilidad a ‘Ema’. En definitiva, una pieza única dentro de la inmaculada filmografía de Larraín.