“El deber de los soldados es obedecer, aunque les conduzca a la muerte” esta frase que resuena en Senderos de Gloria de Stanley Kubrick, podría ser la premisa que Sam Mendes imagino para su reconstrucción de la primera guerra mundial en 1917.
El director británico parte justamente de esa idea, de la imperante necesidad de los soldados de obedecer en el campo de batalla; aunque conozcan que las decisiones de sus superiores son erróneas. 1917 es el encargo a dos jóvenes soldados de una misión, casi suicida, que les hará salvar la vida de 1600 soldados, sacrificio por el bien común.
Mendes se introduce en las trincheras de la guerra y echa a andar a sus protagonistas con un pulso narrativo brillante por los espacios de un terreno oscuro, árido y conflictivo, en el que perderán más que ganarán. Y la cámara les persigue en su camino con una precisión exquisita y con un alarde técnico solo al alcance de grandes directores, la gran virtud de 1917 es pegar la cámara al cuerpo de los protagonistas y servirse de ellos para desplegar un plano secuencia tan espectacular como engañoso.
La mayor preocupación del director es esa cuidada técnica para acompañar sus movimientos de cámara de una luz oscura y tenue (sobre todo en la segunda parte de la película) que hace que 1917 sea un prodigio técnico y virtuoso de dirección y fotografía, pero al preocuparse solo de la estética, la historia se encorseta gracias a la no evolución de sus personajes principales y a la inactividad de las estrellas breves e invitadas (Benedict Cumberbatch y Colin Firth)
Mendes deja entrever en su narrativa ecos de James Bond y acelera el pulso en persecuciones y escenas de acción como si en lugar de filmar a un soldado filmase al mismo Bond. 1917 funciona por sus características estéticas, por su valor y por su respeto a la hora de hablar del conflicto mundial y todo en ella resonará mejor en una pantalla grande ya que su dirección y fotografía solo merecen ser visionadas bajo esas condiciones.
