La película Sirât, dirigida por Óliver Laxe, no es simplemente una historia de desaparición y búsqueda; es una travesía existencial que se despliega en los márgenes del sistema, las “fiestas” rave, que empujan a los personajes a desiertos físicos y mentales donde la identidad se desaparece, se deconstruye.
No es una película que ofrezca respuestas sencillas, no te mastica la comida, sino que, invita al espectador a viajar también en preguntas existenciales a través de una experiencia sensorial (¡Menuda música!) y emocional (¡Tiene dos escenas que te dejan helado como nunca lo has estado!). Te lo intentamos explicar.
Una experiencia visceral
No hay lugar a dudas, el director muestra en unos rótulos el significado del título. En árabe, Sirāt es el puente que separa el infierno del paraíso. La película construye ese puente simbólico como una experiencia visceral: un viaje físico y espiritual donde un hombre y su hijo cruzan un desierto interior marcado por la ausencia, el dolor y la búsqueda. La desaparición de Mar no es solo argumento, sino el detonante de un rito laico, un viacrucis emocional que conecta con lo sagrado sin recurrir a la fe tradicional
En su núcleo, Sirat es una meditación sobre el destino y el libre albedrío. La búsqueda del padre y el hijo por la hija desaparecida en el desierto marroquí/saharaui es un viaje tanto físico como metafórico.

El título de la película, que en árabe puede significar «el camino», «la senda» o «la ruta», ya nos sitúa en un plano de exploración y trascendencia. La ruta que siguen no es solo la búsqueda de un ser querido, sino también una exploración del “camino” de la vida, con sus incertidumbres, sus fatalidades y sus encuentros inesperados. La película sugiere que, aunque intentemos controlar nuestro destino, la vida tiene sus propios planes, sus propias crueldades y sus propios momentos de gracia (y menuda forma de hacerlo). La fatalidad se presenta como un personaje más, implacable e incomprensible. Pensarás lo mismo cuando termines su visionado, te lo garantizo.
¿Es cruel?
La película de Oliver Laxe es un ejemplo de «cine de la crueldad», una forma estética que no busca confort, sino sacudidas profundas, que desafía al espectador convencional con imágenes extremas y emociones incómodas. La estructura narrativa evita lo lineal: todo tiene sentido simbólico (cruzar un río, repetir una imagen) y el final desestabiliza, obliga a resignificar la totalidad del film en un segundo visionado. Obligatorio.
El filme nos lanza a una pregunta inacabada: ¿Hacia dónde vamos cuando ya no hay respuestas definidas? Ese puente ( Sirāt ) no deja al otro lado un paraíso seguro, sino la posibilidad de seguir existiendo frente al abismo. Sin duda, el trabajo del actor protagonista, Sergi Lopez, es crucial para trasmitir esta complejísima sensación, pero que todos conocemos, o conoceremos.

Sirāt no ofrece catarsis. Incómoda, deja huella. Nos confronta con la idea de que vivir las preguntas sea, quizás, la fe más profunda que podemos sostener: no respuestas, sino puentes frágiles hechos de polvo, música (la gran composición electrónica de Kangding Ray ) y ausencia. Nos recuerda que el vacío también es territorio sagrado, y la pregunta, específicamente la pregunta humana, es ese puente incierto que debemos cruzar, incluso sin saber qué hay al final.
En un mundo donde dominan las certezas y el confort narrativo, Laxe propone lo opuesto: cruzar lo inhóspito, vivir en la grieta, permitir que la cámara sea tan radical como implacable. Si eso no es filosofía encarnada en imagen, ¿qué lo es? Sin duda, la película, si conectas, te va a dejar haciendo un ejercicio que ya pocas obras sugieren: pensar.
La academia española la manda a los Oscars 2026

Sirāt no es solo una película: es una experiencia que se atraviesa. Su cine recomienda algo más radical: sentir el peso del silencio, la herida de la pérdida, la belleza que se esconde en lo inacabado. Es un viaje interior donde el espectador se convierte en peregrino, y cada plano se transforma en un acto de fe: fe en el cine como lenguaje de lo invisible.
Que haya sido elegida como la representante española en la carrera a los Oscar 2026 no es una casualidad, sino el reconocimiento de un gesto profundamente necesario: un cine que devuelve al arte su poder de confrontar, de elevar, de despertar. Ver Sirāt es aceptar el reto de mirar más allá de la superficie, de cruzar el puente sin certezas… y descubrir, quizá, que en el otro lado del dolor también habita la luz.


