En Caza de brujas, Luca Guadagnino vuelve a adentrarse en sus terrenos conocidos: deseo, la culpa y la moralidad se entrelazan con “lo humano”. El director italiano, conocido por su preciocista puesta en escea y su mirada introspectiva, entrega una película capaz de encender debates a la salida de la sala de cine, y esto no es poco.
Una historia muy actual
El argumento es pura actualidad: una estudiante acusa a un profesor de acoso sexual en una prestigiosa universidad europea. Guadagnino, fiel a su estilo, huye del maniqueísmo. Lo que podría haber sido un relato judicial o un panfleto de denuncia se convierte en una disección de la verdad y de cómo las percepciones moldean la realidad. Nadie es del todo inocente, nadie es completamente culpable. Un debate que en la actualidad no ha tocado suelo y estaría bien que lo tocara.

Guadagnino filma con una precisión casi pictórica: la luz dorada de las aulas contrasta con los tonos fríos de los pasillos vacíos, mientras la cámara se desliza con un pulso voyerista que convierte al espectador en testigo incómodo. La banda sonora, discreta, pero punzante, a diferencia del usicon electrónico de “Rivales”, subraya esa sensación de tensión constante, de algo que se está desmoronando en silencio. Sin duda, una de las películas más “oscuras” del director italiano.
Una madurez excepcional

El elenco brilla con interpretaciones de una madurez excepcional. La joven protagonista, Ayo Debiri encarna la vulnerabilidad sin perder la fuerza; su mirada, a menudo más elocuente que las palabras, resume la angustia de ser escuchada en un entorno que prefiere el silencio. Frente a ella, el profesor, interpretado por Andrew Garfield, se erige como un símbolo de una generación atrapada entre el privilegio y la ceguera emocional ( sí, seguro que ya te ha venido alguien conocido a la mente).

La polémica, inevitable, ha rodeado el estreno. Algunos sectores han acusado a Guadagnino y a su guionista Nora Garret, de diluir el mensaje feminista al presentar una visión equívoca del acoso. Sin embargo, reducir Caza de brujas a una simple provocación sería injusto. Su mérito radica precisamente en su capacidad para incomodar, para obligarnos a cuestionar nuestras certezas sobre la justicia, el poder y la cultura de la cancelación. Guadagnino no absuelve ni condena: observa, y nos invita a observarnos.
En un panorama cinematográfico donde la corrección política a menudo limita la profundidad del discurso, Caza de brujas emerge como un filme valiente y necesario. Es cine que interroga, que duele, que permanece. Un espejo que no todos querrán mirar, pero que sin duda refleja una parte incómoda —y esencial— de nuestro tiempo.


