Darren Aronofsky firma Bala perdida, una película que, más que expandir su filmografía, parece querer escapar de ella. El cineasta que nos dejó descensos a los infiernos como Réquiem por un sueño o la obsesión perfeccionista de Cisne negro se mueve aquí en un registro diametralmente opuesto: ligero, gamberro y cercano al thriller criminal de autor que definieron Tarantino y Guy Ritchie en los noventa. El resultado sorprende, desconcierta y, en más de un sentido, plantea dudas sobre el verdadero propósito del experimento.
La premisa es tan simple como deliberadamente absurda: Hank, exestrella del béisbol frustrada por un accidente, vive una existencia anodina como camarero hasta que su vecino punk le pide que cuide de su gato. A partir de ahí se desencadena un enredo criminal que crece como una bola de nieve, llevando al protagonista por callejones cada vez más retorcidos.
Un cambio de registro que funciona… pero descoloca

Aronofsky demuestra que domina el ritmo y la comedia negra mucho mejor de lo que cabría esperar, y la película se mueve con una energía constante. Sin embargo, esta soltura también alimenta la sensación de que Bala perdida podría estar dirigida por cualquier otro cineasta más acostumbrado a estos códigos. La identidad visual habitual de Aronofsky —la cámara nerviosa, la textura agobiante, el estrés emocional— desaparece casi por completo, sustituida por un pastiche noventero que funciona, sí, pero que no aporta nada a su evolución como autor.
Es aquí donde la película divide: como entretenimiento está bien armada, pero como obra dentro de una filmografía tan marcada, se siente menor e incluso caprichosa.
Nueva York como parque de juego criminal
La recreación del Nueva York de finales de los 90 aporta ambiente y textura, pero responde más a una nostalgia estilizada que a una voluntad de reflexión o comentario social. La ciudad es un decorado eficiente para que circulen personajes pintorescos, armas improvisadas, mafiosos verborréicos y situaciones que rozan lo caricaturesco. El pulso narrativo es firme, aunque a veces sacrifica coherencia a cambio de piruetas humorísticas que buscan mantener al público en constante alerta.

Un reparto entregado que levanta el material
Austin Butler sostiene la película con un Hank vulnerable, impulsivo y torpemente heroico; una interpretación sólida que aporta más profundidad de la que el guion llega a explorar. Zoë Kravitz genera electricidad en pantalla y funciona como contrapeso emocional, aunque su personaje queda limitado al clásico rol de “ancla afectiva”.
El gran acierto del reparto está en los secundarios: Matt Smith disfruta cada segundo como catalizador del caos, mientras Regina King aporta seriedad y presencia en un papel que merecería mayor desarrollo. Liev Schreiber y Vincent D’Onofrio, por su parte, dan vida a dos antagonistas tan exagerados como divertidos, y Bad Bunny aparece sorprendentemente cómodo en una interpretación que podría abrirle más puertas.
Entretenida, sí; trascendente, no

Bala perdida es un thriller perfectamente disfrutable, de ritmo impecable y humor negrísimo, ideal para quienes busquen un producto fresco dentro del género criminal. Pero su mayor virtud —ser ligera, directa y despreocupada— es también lo que la aleja de ser una obra memorable. Aronofsky parece haber querido divertirse, y eso se contagia, pero a costa de entregar un film menor que no deja poso ni amplía su universo creativo.
No es una mala película, ni mucho menos. Simplemente es una obra cuya mayor ambición es entretener. Para algunos espectadores eso será suficiente; para quienes esperen algo más del director, quizá se quede corta.


