Tras su aclamado paso por el Festival de Sitges, donde se alzó con los premios a Mejor Película, Premio de la Crítica y el del Jurado Joven, El baño del diablo llega a nuestras pantallas para dejarnos una huella imborrable. Dirigida por el dúo creativo Severin Fiala y Veronika Franz, conocidos por las inquietantes Goodnight Mommy y The Lodge, esta película nos sumerge en una historia basada en hechos reales que explora los rincones más oscuros de la mente y la sociedad del siglo XVIII.
Una época que nos pone los pelos de punta
La trama gira en torno a Agnes, una joven cuya vida ha sido definida por una única aspiración: casarse, servir a su marido y convertirse en la esposa perfecta. Sin embargo, lo que prometía ser el cumplimiento de su mayor sueño se transforma en una auténtica pesadilla.
Ambientada en un pequeño pueblo austriaco rodeado de una vegetación casi opresiva, la película nos transporta a una época donde las rígidas normas sociales, el fanatismo religioso y el machismo marcaban el destino de las personas, especialmente de las mujeres. Agnes, criada para acatar estas reglas sin cuestionarlas, se enfrenta al choque brutal entre sus expectativas y una realidad devastadora.
Este enfrentamiento interno desencadena un torrente de emociones: dudas, contradicciones, culpa y remordimientos que lentamente van construyendo una olla a presión emocional. Cuando finalmente explota, el resultado es devastador, tanto para Agnes como para quienes la rodean.
‘El baño del diablo’ reflexiona en temas atemporales
Aunque ambientada en un contexto histórico, El baño del diablo nos interpela sobre temas atemporales. La cinta es una crítica feroz a la opresión, el fanatismo y el machismo que, aunque mitigados en el mundo occidental moderno, todavía persisten de maneras más sutiles en muchos rincones del mundo.
A pesar de no ser un filme de terror en su concepción más pura, lo que narra resulta profundamente perturbador. Su meticulosa dirección artística nos sumerge en un entorno que parece casi palpable: los oscuros bosques austriacos se convierten en un personaje más, mientras el diseño de vestuario, la fotografía y el sonido contribuyen a crear una atmósfera asfixiante y visceral.
Un elenco brillante
La interpretación de Anja Plaschg como Agnes es simplemente extraordinaria. Con un solo gesto o una mirada, transmite el creciente abismo emocional de su personaje. Su actuación, merecedora de todos los elogios, nos guía en un viaje psicológico que es tanto fascinante como inquietante.
El baño del diablo es una obra cruda y sin artificios, una experiencia cinematográfica que se cuece a fuego lento y deja una marca indeleble en el espectador. Tras su visionado, es inevitable reflexionar sobre las estructuras opresivas de nuestra propia sociedad y recordar, con incomodidad, que algunos fantasmas del pasado siguen acechándonos.