—Álex, ¿sigues ahí? —pregunta Alicia, sacándome de mi ensimismamiento.
—Sí. Sí, sí, sí. —Vale, ¿puedo dejar de decir sí? —. Es que no sé qué decirte.
—Bueno, es que tampoco quiero que sigamos así de raro. —Ahora se muestra más sensible.
—Ya, yo tampoco. Pero, Alicia, ¿te das cuenta de que me armaste un pollo en medio de la calle solo por una estúpida empresa?
—¡Claro que me doy cuenta, joder! Y es por eso que te lo estoy diciendo.
—Vale, vale. —Me paso la mano que tengo libre por la cara. Suspiro—. Mira, siento no haberme presentado a la entrevista para ese lugar. Pero no me terminaba de gustar. No sentía que pudiera aprender muchas cosas allí.
—Lo entiendo, de verdad. Pero, fíjate lo que hice yo: me presenté en demasiadas empresas porque no quería dejarlo todo tan al azar. Ponte en mi lugar. ¿Tú cómo te habrías quedado si sólo hubiese asistido a una única entrevista, y en esta no me hubieran escogido? ¡Los de la facultad te habrían metido en la primera empresa en la que tuvieran un hueco, fuera buena o mala! —Reconozco que eso es cierto. No fue muy inteligente por mi parte —. Y yo me sentí agobiada en ese momento porque sé que has trabajado muy duro para poner tu futuro en manos de gente que ni sabe lo que te conviene.
—Vale, pero no tienes por qué preocuparte por eso. O sea, te lo agradezco enormemente, pero el tema de las prácticas y lo que está relacionado a mi futuro laboral, sólo me concierne a mí.
—Ya, lo sé. Pero también tenía miedo.
—¿Por qué? —Quiero saber qué es lo que le preocupa de todo esto.
—Por nuestra relación. ¿Y si resulta que si esto llega a pasar, y nos precipita a romper?
—Alicia, ¡no pienses en esa tontería! —exclamo—. Mi trabajo será mi trabajo, y no interfiere en todos los campos de mi vida personal. Y eso no va a cambiar lo que sienta o deje de sentir por ti.