Justo cuando me estoy quitando las zapatillas y tirándolas a los pies de la cama (que da la casualidad de que las dejo todas ahí, a menos que a mi madre le dé por llamarme la atención y decirme que las recoja y las meta en el zapatero que hay al lado de mi escritorio), el móvil comienza a vibrarme en el bolsillo. Pienso que será un mensaje, pero una nueva vibración, mucho más larga que la anterior, me da a entender que es una llamada. ¿Quién coño me estará llamando a est…? Sí, Alicia. Tiene sentido. Es la única que me llama en estas horas.
El resto de personas normales suele escribirme mensajes.
Dudo entre si coger la llamada o rechazarla. Lleva sin hablarme desde el sábado, cuando se cabreó al enterarse de que no fui a la entrevista donde realiza ella sus prácticas. Bufo, reflexionando sobre qué hacer. Sin embargo, parece que hoy mi cuerpo va totalmente por libre, porque al tercer tono ya he pulsado el botón para aceptar la llamada.
—¿Dígame? —Maldita sea. ¿Por qué a veces soy tan cutre?
—Pensaba que no me ibas a contestar —responde ella. Soy incapaz de verla, pero noto en su tono de voz una calma que no tuvo en la discusión de este pasado finde—. ¿Qué tal estás?
A ver, a ver. ¿Qué está pasando? ¿Me llama y no me salta a la yugular?
—Bien, algo cansado por las prácticas. Pero ahí vamos. ¿Y tú?
—En las mismas, la verdad. —No se enfada, ni eleva la voz. Se produce un silencio entre los dos—. ¿Podemos hablar?
—¿No lo estamos haciendo ahora?
Ella no responde con más silencio. De hacerlo, se avecinaría un maremoto de discusiones. Se ríe, y yo templo mis nervios. No me había dado cuenta de que los tenía crispados.
—¡Qué bobo eres! —Reconozco que me gusta que me llame eso—. Quería hablar sobre lo que pasó el sábado.
—Vale —es lo único que puedo articular. Se me acumulan demasiadas ideas en la cabeza. Me siento en la cama, y digo—: Hablemos.
—Te voy a ser totalmente sincera. Es lo que ambos merecemos. —Trago saliva, pero creo que ella no puede captarlo a través del móvil—. Me molestó muchísimo que ni siquiera intentases entrar en la empresa en la que estoy yo, pero también admito que mi reacción fue desmedida. Y te pido perdón.
Espera, espera, espera. ¿Qué acaba de pasar? ¿Me están fallando los oídos? Una mujer, reconociendo que se equivocó y pidiendo disculpas… Aquí hay algo que no encaja; esto nunca suele ocurrir.