Los pelos de la nuca se me erizan. Y creo que es porque me ha llamado chaval. Porque, por desgracia, me lo llama también la zorra de A. D. Noceda. Supongo que tardaré un tiempo en que sus gilipolleces no me afecten, pero me irá bien. Voy a aguantar hasta el final. No voy a perder lo que me he ganado a pulso solo porque a esta hija de puta no se la folle nadie. Porque seguro que es así de mala pécora porque lleva tiempo sin que la empotren contra una pared.
Una vez en mi habitación, tiro la mochila sobre la cama y me estiro como si me fuera la vida en ello. Las paredes blancas han tenido tiempos mejores, y si no me hubiese dado por clavar pósteres en ellas con chinchetas, quizá no habría tantos huecos. Si tal y como están colocados, parece que pueda unir los puntos con un bolígrafo o rotulador y crear algún sinsentido. Mi armario está pegado a la ventana de marco metalizado negro, y la persiana está subida hasta arriba. Tengo alguna que otra gran frase de directores famosos en una de las puertas, y la otra está vacía. Aunque por dentro tengo el único póster que conservo: Megan Fox con un sujetador y braguitas de color blanco marfil y mordiéndose el labio. Han caído muchas pajas en su honor. Y hoy a lo mejor cae otra.