—¿Qué pasa contigo, bola de pelos movible? —le pregunto una vez mi mano entra en contacto con su cabeza—. ¿has hecho algo más que lamerte las pelotas en todo el día?
Se queda algo indiferente al principio, con su mirada de completa oscuridad fija en mí. No tarda mucho más en cerrar los ojos y ronronear profundamente. Si esto fuera una película, él ahora emitiría un maullido de placer, haciendo saber a los posibles espectadores que me tiene más cariño a mí que a Rocío. Precisamente, soy yo quien más le cambia la caja de arena y juega con él cuando me aburro. Bueno, eso último nos lo debatimos mi padre y yo.
Wade maúlla, y yo pego un sobresalto. ¿Es que acaso este gato puede leerles la mente a los humanos? Se sacude, señal de que ya está harto de carantoñas y se marcha al salón, dando otro maullido al pasar entre medias de mi padre y mi hermana.
—¿Has cenado algo? —me pregunta mi padre, cruzándose de brazos.
—Que va. He venido directo desde las prácticas —respondo, a medias tintas. No les menciono que he acercado al tal Saúl a su casa. Aunque tampoco se lo dije ayer, así que…
—Y parece que te han metido un buen rapapolvo —añade mi madre, acariciándome el pelo y dándome un abrazo—. Tienes fiambre, o puedes calentarte unos macarrones que han sobrado de esta mañana.
Mi estómago aúlla al escucharlo.
—Suena delicioso. —Me doy varios golpes en mi perfecta tableta, y solo consigo que Rocío ponga los ojos en blanco y que se dé a la fuga. Seguramente se ponga a hablar por WhatsApp con sus amigas, o se dedique a acosar por redes sociales a algún youtuber o influencer de verdad—. Pero, antes, voy a dejar las cosas en mi habitación.
—Buen chico —comenta mi padre, al pasar a su lado.
—¿Me has visto cara de perro o qué? —comento, con una sonrisa sincera.
—No, es que lo eres, chaval —se ríe. Mi madre lo imita, aunque le da un suave golpe en el brazo.