¡Qué fuerte me parece! Yo sabiendo desde el primer momento que quiere ser director (aunque lo había olvidado hasta que me dijo lo de sus prácticas), ¡y él no se acuerda de que yo he entrado en la etapa universitaria para ser guionista! Es un pedazo de mierda. Y me enerva que encima haya vuelto a acercarme a casa. Si por karma se refería, con lo del café yo ya había cumplido. Pero ahora volvía a estar en deuda con este cabrón.
Me sale un gruñido cuando giro en la esquina y observo cómo él y su coche siguen circulando. Vida, por lo que más quieras, ¡haz que tenga un accidente!
Estoy tan sumamente alterado que cierro la puerta de casa de un portazo. Y, claro, no es de extrañar que alarme a mis padres. Esta vez hacen algo que se sale de la norma: se levantan del sofá, ajenos a lo que la caja tonta de sesenta pulgadas les pueda decir. Y no solo eso, también vienen los dos hacia mí, con cara de preocupados y un poco enfadados. He tenido que cruzar a un universo alternativo. Eso, o la vida ha optado por reírse de mi cara un rato más.
—Saúl, ¿qué ocurre? —pregunta mi madre.
—¿Te encuentras bien, hijo? —dice mi padre, al mismo tiempo.
—Sí, sí. Estoy bien. Solo he cerrado demasiado fuerte la puerta —respondo, con un tono algo brusco. Solo espero que esto les haya convencido lo suficiente como para que me dejen tranquilo.
—Vale, vale. —Los dos asienten—. Ten más cuidado la próxima vez. Por cierto, tu madre ha hecho tu plato favorito.