Me doy cuenta de que ya estamos por La Farga, por lo que en nada Saúl saldrá del coche. Me detengo donde la última vez, y mientras él comprueba que no se deja nada en el coche, yo me atrevo a hablar.
—Te voy a hacer caso.
—¿Con qué?
—Con tus consejos. Creo que me podrán ayudar. Así que, gracias.
Sin darme cuenta, le tiendo la mano. Él no sabe cómo reaccionar en un primer momento. Sin embargo, me da un apretón, que no es ni muy fuerte ni muy flojo. Creo que le ha incomodado, pero por un apretón de manos no se va a morir nadie.
—D-de n-nada —tartamudea—. Gracias por acercarme.
—No hay de qué. —Él abre la puerta, y un ligero frío se cuela dentro. Sale del coche—. Bueno, adiós.
—Adiós —repito.
Cierra la puerta, se sube a la acera y yo arranco de nuevo.
¿Por qué siento esto como un deja vu?