Me centro en localizar de dónde procede, aunque lo tenga justo delante. Y me quedo sorprendido cuando veo que se trata de Saúl. Él también repara en mí; al principio airado, pero la cara le ha cambiado por completo y está avergonzado. Y sigue rojo como un tomate. Es para reírse un rato. De cualquier manera, íbamos distraídos los dos, así que asumiré mi parte de culpa. ¡Qué menos!
—Sí, perdona. Iba despistado.
—Ya somos dos —murmura. Al menos reconoce que ha sido cosa de ambos.
Ninguno nos movemos, y estamos callados. No tardo en recordar que, gracias a él y el café que preparó, Amanda ha dejado de ser una zorra el resto del día.
—Oye, gracias por lo del café. Me has ayudado muchísimo.
—¿Lo dices en serio? —pregunta, estupefacto. Su cara ha vuelto a su tono de piel normal, pero sus mejillas siguen algo rojas—. Si ha sido sólo un café de… no sé cuántos que he hecho hoy.
Me río ligeramente con eso último.
—Pues a mí me has salvado la vida. O las prácticas, al menos.
De nuevo, no he pensado en lo que iba a decir. Simplemente, lo he soltado. Y, si antes Saúl estaba boquiabierto, ahora su boca parecía querer tocar el suelo.
—Bueno —empieza a decir, pasado unos segundos—, supongo que de nada. Aunque tampoco sé qué he hecho.
—Evitar que me echasen de las prácticas. Creo. —No se lo puedo negar. Pero tampoco sé con exactitud si Amanda tiene alguna influencia con las personas de las prácticas o no.
—¡¿Qué dices?! ¿Qué ha pasado?