Portada de Voy a quedarme en el que se muestran dos chicos con una tierna mirada detalle
Fotografía de Dario Cavero (@dario.cavero), Alex Peñas (@alexpg2) e Isma O'Sullivan (@_osullivan_)

Capítulo 18 – Álex

Las últimas palabras las pronunció por sílabas, y no voy a negar que me quedé tan anonadado y asustado como si me hubiera encarado con el mismísimo Satanás. Salí de su despacho despacio, con unas náuseas que me subían por el esófago. Sin embargo me las tragué y me obligué a respirar varias veces hasta calmarme. ¿Cómo cojones había conseguido meterme tan mal cuerpo con una basta amenaza de que me echasen de mis prácticas? Cualquier admiración que tuviera por ella se fue a pique al tiempo que el ascensor que cogí bajaba a la planta de la calle.

No tardé mucho en llegar a la cafetería, que no estaba tan concurrida como la última vez que la visité. El olor a café me puso en alerta de nuevo, pero opté por hacer de tripas corazón, conseguir la mierda que quería y así calmarme. En la barra estaba Saúl (¡así se llama!), así que me acerqué e hice el pedido. Seguramente le imponía mi aspecto o que estaba alterado a la enésima potencia, pero eso no me importaba. No quería marcharme de Apolo.

Le pedí el café, recuperando el aire que me había estado faltando desde hacía quince minutos, y recuperando el tono normal de mi piel. Él tarda un poco en anotar mi comanda en la caja que tiene más cerca y preguntarme si quiero algo más. Recordé que necesitaba azúcar moreno para la puñetera bebida y, mientras Saúl calentaba la leche de avena, le pregunté si tenían cucharadas de azúcar moreno. Sí, reconozco que hice la pregunta más estúpida del mundo. Pero, claro, me sentí derrotado con su respuesta. Y por mucho que intentase pensar en alguna solución, ninguna me parecía que fuera a resolver el marronazo en el que me encontraba.

Saúl terminó el café, y yo ya me estaba imaginando mi futuro. Tirado por la borda, hecho trizas. Caput. Él me dijo cuánto costaba el pedido, y algo más. Creo que no lo entendí del todo bien, pero sospeché que decía algo referente a mi problema con el azúcar moreno. Con las monedas en la mano, él me señala hacia donde se encuentran los botes de azúcar, canela, vainilla y varios edulcorantes más. Miré en esa dirección un rato, pero seguía sin entender qué era lo que quería.