Y en ese momento me di cuenta de que había metido la pata hasta el fondo. Había dejado ver mis emociones, y encima las había descargado contra la tía más cabrona e importante que me podía haber cruzado en mi vida. Amanda había dejado de vociferar, pero su ceño fruncido y la espuma que parecía habérsele formado en los labios, no auguraba nada bueno, en absoluto. Cada vez más cerca, mis pulmones se estaban quedando sin aire. Su nariz a punto de tocar la mía.
—¿Tú no sabes cómo va este mundo, chaval? Aquí, la que manda, soy yo. —Su tono de voz era gélido. Demostraba que no le hacía falta alzarlo para acojonar—. Y si te digo que me compres un café en una cafetería que me gusta, lo haces. Si te digo que vayas al departamento de redes sociales y que te informen por el estado de los proyectos, lo haces. Incluso si te digo que tienes que lamer de mi bota el escupitajo de café nauseabundo que sirven aquí, lo haces. Porque, si no, tu tiempo en Apolo Producciones va a ser más corto que la serie Unorthodox… —Se formó un silencio que no hizo más que acrecentar mi inquietud—. Así que, ve a comprarme un café, chaval.