Las clases tampoco es que se pasen rápidas. A pesar de solo tener que acudir a dos, las explicaciones no van a mucho y ambos profesores parecen haberse puesto de acuerdo para mandarnos más trabajos todavía. Si fueran trabajos individuales, me hubiese parecido bien pero, tener que hacerlo en grupo con dos personas más, menuda gilipollez. Casi todos con los que me ponían eran unos mediocres, que, con un poco de suerte (y que les hicieran varios trabajillos orales a directores de productoras de televisión) llegarían a ser meros ayudantes o becarios para el resto de su existencia. Y a pesar de que en uno de ellos estaba con Dídac, y me fío por completo de él, no podía dejar de estar airado.
De camino a Apolo, todo parecía indicar que iba a tener un respiro. El tráfico no estaba tan congestionado como de costumbre, dejé el móvil en el asiento del copiloto con reproducción aleatoria -y conectado al enchufe del encendedor para evitar que se agotase la batería- y he podido relajarme durante varios minutos. El aparcamiento ha sido algo más complicado, pero tampoco es que haya tenido que dejar el coche en la otra punta de Barcelona. A unos cuantos pasos de una boca de metro, o transporte público subterráneo, hay un parking gratuito para aquellos que trabajan en la empresa. O también aquellos que están de prácticas, como es mi caso.
Dispuesto a hacerle frente a mi segundo día, saqué la acreditación de mi mochila y la pase por uno de los torniquetes de la entrada. Fui hacia Recursos Humanos, saludé a Paula, que llevaba puesto un vestido rojo con mangas largas que le quedaba demasiado sexy, y me entregó mis papeles para rellenar de las prácticas y firmar en la hora de entrada. Me deseo mucha suerte antes de salir, y yo le guiñé el ojo. Pude ver por el rabillo del ojo como sus mejillas cogían un tono rosado antes de desaparecer de su vista. Se le nota que le pongo demasiado, y aún no me ha visto sin ropa.