Portada de Voy a quedarme en el que se muestran dos chicos con una tierna mirada detalle
Fotografía de Dario Cavero (@dario.cavero), Alex Peñas (@alexpg2) e Isma O'Sullivan (@_osullivan_)

Capítulo 16 – Álex

A falta de aire en mis pulmones, y algo de visión, entro en el aula a tiempo. El profesor está entrando por la puerta justo cuando yo me muevo hasta la fila de en medio. Saco el ordenador, aún con poco resuello, y lo enciendo. La clase empieza casi al instante en el que consigo abrir el programa para tomar apuntes. Le estoy cogiendo el truco a lo de teclear casi tan rápido como los profesores hablan por su boca. Hay momentos en los que me cuesta un poco más, por tener que añadir símbolos porque dan una descripción demasiado detallada del término que acaban de usar. Pero muchas veces dejo varias palabras mal escritas para luego pasarlas a limpio.

Abro la boca lo más disimuladamente que puedo y ahogo el bostezo que me subía. No puedo negar que el ritmo de estudiar y trabajar es agotador. Cada vez tengo algo más oscuras las ojeras que se me han formado bajo los ojos. Y, aunque los findes intento dar libertad a mi sueño acumulado, de poco me sirve para luego el resto de la semana. Me siento tan inquieto por las noches que doy muchas vueltas en la cama. Quizá si tomase algún medicamento para dormir o algo…

En cuanto se forma mucho alboroto, abro los ojos como platos. Miro a mi alrededor. Todos (o la mayoría de alumnos) hablan y se levantan de sus sitios, algunos arrastrando con demasiada fuerza las sillas por el suelo. No me cabe la menor duda de que el profesor ha dado por terminada la clase, y que yo estaba tan traspuesto en evitar quedarme dormido ni me he enterado. Olé, Saúl. Olé.

Recojo mis cosas, procurando no mirar el desastre de apuntes que habré escrito. Me va a tocar hablar con alguien y preguntarle si los tiene, y si me permite hacer una foto. Apenas cuento a cinco personas, yo incluido. Y también está Elio. Respiro hondo, cuento hasta tres y me acerco a la chica que tengo más cerca. Con la cara más roja que haya tenido en mi vida, le hago la pregunta, le explico lo que me ocurre y rezo porque no se ría de mí mientras le vuelvo a pedir, por favor, que me los deje. Levanto la mirada, que la había dejado estática en el suelo, y observo la cara de mi compañera.