Al fin llegamos a la parada de la facultad. Casi todos los que nos bajamos en ella, tenemos pinta de universitarios. Bueno, algunos parecen profesores o trabajadores de los bares, restaurantes y otros puestos que hay por las cercanías, pero es fácil reconocernos. La juventud parece estar muy presente en todos nosotros. De nuevo en la calle, un escalofrío me recorre el cuerpo entero. A pesar de que estamos a principios de octubre, no me parece justo tener que empezar a ponerme abrigos mullidos o ropa polar. Aunque sea, que me dejen disfrutar de las camisetas de manga corta un poco más. No es mucho pedir.
Camino hacia la facultad sin detenerme. Aunque queda una media hora larga para que empiece la primera clase, quiero pasarme por la biblioteca a ojear un libro sobre la creación de guiones. Aunque solo sea para hacerme una pequeña idea de todos los detalles que tengo que tener en cuenta a la hora de crearlos. Paso por delante de varios grupos de estudiantes, intuyo que de cursos superiores, que parecen tener montado un pedazo de picnic cada uno con su propio desayuno. Y, a pesar de haberme metido algo en el cuerpo, la tripa se me queja por falta de alimento. Opto por ignorarla.
No duro mucho en la biblioteca. Me miro el libro muy por encima, poniendo más atención sobre los puntos que realmente me atraen de primeras. En un momento dado, me da por comprobar la hora, y si dijera que se me va el color del rostro, no exagero. Dejo el libro en la estantería donde lo he encontrado, y salgo como una bala hacia la clase. Como el profesor haya llegado antes que yo, me va a dar un ataque. No soy de llegar tarde, y menos en los estudios. No me lo puedo permitir.