– ¿Una carrera?
-La piscina es muy pequeña.
-Vamos Amelie, no pongas excusas.
Le salpiqué furiosa.
-No es una excusa. Además, te gano sin pensármelo.
Soltó una risotada, sacando a luz ese lado de hombre engreído.
-Por favor, tus creencias me provocan cosquilleos.
Saqué la lengua mientras me ponía en posición.
-A la de tres.
Asentí.
-Uno, dos…
No le dejé acabar, salí disparada salpicándole lo más que pude.
Abrí los ojos y entre la nublada vista, vi el final. Alargue la mano para apoyarme, pero unos brazos tiraron de mi hacia atrás. Saqué la cabeza del agua tosiendo.
-Eres una tramposa.
Reí sin poder parar. Su cara era todo un poema.
-No me hace ni puñetera gracia. -tenía el ceño fruncido.
-Oh vamos, no dijiste nada de no hacer trampas. -apoyé mi cuerpo contra la pared y respiré entrecortadamente.
Él se acercó de forma peligrosa, acorralándome y sin vía de escape.
-Confié en que fueses una competidora digna. -apoyó ambas manos a cada lado de mi cabeza. Estaba en una cárcel que yo sola provoqué.
-Lo soy cuando es necesario.
Le tenía tan cerca…Su pecho subía y bajaba despacio, como si le costara respirar. Sus ojos eran esmeralda derritiéndose poco a poco. Tenía los labios entreabiertos, y su cuerpo me rozaba empujado por el movimiento del agua.
-Curioso. Vuelves a cambiar de color, señorita De la Vega.
Señorita De la Vega. Por Dios. Era un delito como lo pronunciaba. Debería estar totalmente prohibido. Lo decía con pereza, mezclado con un tono bajo y cargado de tensión. Me estaba derritiendo y el agua no me ayudaba.
-Soy un camaleón, señor Dary. Nos adaptamos a los momentos. -más cerca. Prácticamente respiraba el aire que él soltaba.
– ¿Y qué momento es este? – ya está. Moriría en esa piscina.
Me quedé sin palabras. Perdí cualquier capacidad racional. Mi cuerpo se movía con vida propia, sin atender a mi mente. Aunque esta era cómplice. Si tuviese un metro, no sería capaz de medir la distancia que separaba mis labios de los suyos, puesto que prácticamente era inexistente. Me lamí el labio inferior sin poder evitarlo. Estaba reseco.
– ¿Sabías usted, señorita De la Vega que la tentación es un pecado, que se suele pagar con la propia vida?
A pesar de lo fresquita que era el agua, el roce de sus dedos subiendo por mis costillas, la calentó al punto de provocar una efervescencia. Estaba hirviendo.
-Acepto la condena, señoría. -me miró desesperado, buscando que le de permiso para que se llevará mi alma. Un gemido apenas audible, fue su luz verde. Prácticamente devoró mi boca, buscando la rendición.
La abrí para él, y dejé que toda su esencia me invadiera. Me estaba consumiendo, y no quería dejar de arder.
Le agarré el cuello y lo atraje hacia mí. Sus manos estaban por todas partes, dejando cicatrices allí donde me tocaban. Podría sufrir un orgasmo solo con sus roces y besos.
Perdí totalmente la conciencia y la visión de la realidad. Noté como el agua se evaporaba, y una llama azul nos consumía a ambos. Tanta intensidad me mataba y revivía una y otra vez. Pero todo se esfumó. Separó su cuerpo del mío.
– ¿Por qué paras?- sonó como una súplica entre jadeos.
Él tenía los labios enrojecidos, y respiraba a grandes bocanadas, absorbiendo todo el aire que había en la sala.
-Si voy a follarte, quiero que sea inolvidable para ti.
Un disparo directo a mi centro femenino. Empecé a temblar por la pasión que sentía.
-Deberíamos irnos.