Antes siquiera de que podamos seguir debatiendo tal insulto a la música rock, me doy cuenta de que hemos llegado a Can Serra: ya hemos llegado a Hospitalet. Solo he de pasar el túnel y avanzar un poco más para que se baje. Y así pondré fin a mi buena acción del día. Supongo. La lluvia sigue cayendo; no tan fuerte como antes, aunque esta noche seguramente refresque.
Me detengo lo más cerca que puedo de la calzada, pero ninguno sabemos qué decir. Solo suspiramos, parpadeamos y yo tamborileo mis dedos sobre el volante. Saúl recoge sus cosas.
—Bueno, gracias por acercarme —dice, con las mejillas sonrojadas.
—No hay de qué. —Se quita el cinturón, sale a la calle y se pone de nuevo la mochila sobre la cabeza. Antes de que cierre la puerta, de mi boca salen unas palabras que nunca habría soltado si mi cerebro hubiera estado atento—: Ten cuidado.
Hasta a él le sorprende, que se queda estático durante un buen rato. De hecho, parece que le voy a tener que dar un toque para que cierre la puerta, porque la lluvia está mojando la alfombrilla y el asiento. Pero se me adelanta.
—Eh, vale. Gracias, de nuevo, por traerme.
Y cierra la puerta. Empieza a correr, supongo que en dirección a su casa. Lo sigo con la mirada un rato hasta que desaparece al doblar la esquina. Yo salgo de mi ensimismamiento y pongo rumbo a mi casa.
Ha sido un día largo, un día de mierda y, sobre todo, un día de lo más extraño.