Mal aliento nada. Mocos, cero. Ojeras fuera. Pelos, ni rastro. Estaba perfecta. Añadí un poco de maquillaje, no me apetecía ir como una puerta. Algo natural. Me puse el uniforme bien planchado, y me eché unas gotas de Gabrielle a lo Marylin. Cogí mi bolso y salí hacia el instituto.
Hoy me apetecía ir en transporte público. La fiesta de la otra noche cambió algo en mí. Es como si esa cadena invisible que me atará a algo o alguien se rompió del todo. Cerré los ojos y aspiré tanto aire como pude, hasta sentir un pequeño escozor en los pulmones, y lo solté ruidosamente. Solté el alivio que se formó en mí.
-Un billete por favor.
El autobús estaba hasta arriba de gente. Encontré un hueco en una esquina y me apoyé contra la ventana. Me puse los cascos y puse el modo aleatorio.
Entró una pareja que me llamó la atención. No pude evitar analizarlos de arriba abajo. Él parecía un tipo bastante formal. Llevaba unos chinos azul marino, una camisa verde y jersey del color del pantalón. Ella tenía unos tacones de aguja muy pronunciados. Un minivestido color burdeos y un abrigo largo, el cual iba arrastrando por el suelo. Parecían muy felices y compenetrados. Era como si ella reflejara el lado salvaje de él, y él a su vez, reflejaba esa parte casta, más formal y devota. Ella le miraba como si el fuese todo su mundo, y no le importaba lo más mínimo las miradas de los curiosos. A decir verdad, era muy atractiva. Era imposible no fijarse en ella, con todo el despliegue de erotismo que daba. Y él…parecía un poeta loco que caía sin retorno en un precipicio, y ese precipicio era ella.
Al verlos, una imagen de mi y de Daniel me vino a la cabeza. Un rubor intenso, hizo que sacudiese la cabeza para alejar cualquier pensamiento de él. Pero las imágenes seguían apareciendo. Los dos bailando en medio de la pista. Su cuerpo junto al mío…Volví a cerrar los ojos, esta vez sumergiéndome por completo en mi imaginación. Sentí unas manos sobre mi y pegué un salto.
– ¿Se encuentra bien señorita?
– ¿Cómo dice?
La mujer, era una anciana con su nieta que me miraba con cara de pocos amigos.
– ¿Qué si se encuentra bien?
De repente el peso de todas las miradas estaba sobre mí. Unos me miraban medio riéndose, otros me juzgaban, y muchos otros sentían cierta lástima. No quise cargar con todo eso, así que me bajé. Por suerte, era una parada antes que la que tenía que bajarme. El poco camino que tenía por delante, lo pasé totalmente concentrada en mi entorno. No quería montar una escena sexual delante de nadie más.
-No estuvo mal la fiesta. Ha sido un poco rara, pero me ha gustado.
Serena estabas apoyada contra su mesa, hablando con un grupo, entre ellos Gisele, Gonzalo y Alex.
-Amelie¡¡¡
-Buenas.
No tenía el fervor con el cual solía saludar. Me dejé caer en mi silla, y por un momento se hizo el silencio.
-Seguid a lo vuestro chicos, estoy un poco dormida y con resaca aún.
La respuesta convenció a todos los que me interesaba convencer. La cara de Serena, Gisele y Gonzalo, sin embargo, seguía mirándome preocupada.
Tocaba arte. El profesor llegó a los pocos segundos de haber sonado el timbre, y con él entró Daniel.
-Buenos días, chicos. ¿Qué tal el finde?
Yo le seguí con la mirada hasta que llegó a mi lado. Se inclinó un poco y me susurró al oído.
-Parece que alguien no ha tenido un bonito despertar.
Y se sentó en su sitio. Eso de susurrarme al oído, empezaba a convertirse en una costumbre. Sonreí. Una emoción nueva estaba floreciendo en mi interior, y por primera vez en mucho tiempo, dejaría que me consumiera sin límites.
-Muy bien clase. Ya tengo la lista definitiva de los que van a asistir al taller. Al final de la clase, os iré nombrando y nos quedaremos un momento. Bien, en cuanto al temario, he querido dar un giro de noventa grados con vosotros. Dado que sois la clase más…, a ver como lo digo para que no suene mal. -hizo una pausa y recorrió las diferentes caras en busca de una respuesta. -Dejémoslo en peculiar. Bien, como iba diciendo, voy a cambiar el temario de este cuatrimestre. Nos vamos a centrar en el sexo en el arte.
Varios silbidos y risas recorrieron la clase.
-Supongo que estáis con las hormonas por las nubes, y me gustaría aprovechar esa creatividad.
-Se da cuenta que no hay ningún virgen esta clase, ¿profesor?
-No he dicho que necesitase vírgenes señor Belmonte, pero gracias por el detalle, lo tendré en cuenta.
– ¿No es eso que promete su religión? ¿Vírgenes?
La cara del profesor se contrajo. Sentí lástima por él. Y Alfred era un gilipollas.
-Cuando muera, le haré saber cómo es nuestro paraíso señor González. Si no hay más cachondeos, seguiré con mi propuesta. ¿Alguien sabe decirme en qué consiste el arte erótico?