Fotografía de Dario Cavero (@dario.cavero), Alex Peñas (@alexpg2) e Isma O'Sullivan (@_osullivan_)

Especial de Navidad – Álex

Menos mal que he salido de casa. No podía aguantar a mi hermano ni un segundo más.

Salgo a la calle, y me encuentro con una sorpresa que era de esperar: la noche es demasiado gélida. Me arrepiento de no haber cogido guantes y, de paso, un abrigo más grueso que el que llevo. Aunque esta gabardina negra lleva conmigo unos cuantos años, y me ha acompañado en otoños, inviernos y partes de la primavera, nunca había tenido la necesidad de haberme puesto algo más de ropa. Hasta ahora. Me da por pensar en el efecto invernadero, y me apuesto lo que sea a que cualquier cazurro negacionista o paranoico de la conspiración dirá que es todo mentira.

Que se atrevan a desnudarse y a meterse cubitos de hielo por el culo, a ver si enferman antes o no.

De todas maneras, aún estoy a tiempo de dar media vuelta, soportar a Alberto con sus paridas y disculparme de nuevo con mis padres. Pero, sinceramente, prefiero pasar frío. O buscar otra solución. Cojo el móvil y le mando un mensaje a Saúl pidiéndole que si puede llevar algo para combatir estas temperaturas mientras sigo mi camino hasta el coche. Solo rezo porque no se haya levantado una capa de hielo sobre él.

No tardo mucho más en llegar al coche, abrir la puerta, meter la llave en el contacto y arrancarlo. Poco después soy consciente de que el vehículo parece triplicar los efectos de la temperatura del exterior: tirito y me castañetean los dientes. Me froto las manos contra los brazos, en un intento de que no se me entumezcan los músculos, y muevo las piernas también. Poco a poco, la calefacción que he conectado me va devolviendo el color a mis mejillas. Esto sí que es un milagro de Navidad.

Dos minutos después de que pueda flexionar los dedos sin ningún problema, recibo la contestación de Saúl, por lo que me abrocho el cinturón y conduzco hacia su casa. No tardo mucho en llegar, eso sí que es cierto, y veo que hay bastantes personas que están dispuestas a pasárselo muy bien esta noche. Y me doy cuenta de lo que he cambiado en unos pocos meses; ya sea por las prácticas, sea porque es el último año de universidad y me estoy volviendo más serio, o sea porque he conocido a Saúl. O las tres cosas. Pero no me arrepiento. En el pasado, sin duda me habría ido de fiesta, habría bebido hasta vaciar la cena sobre el pavimento de cualquier calle y habría seguido metiéndome alcohol en el cuerpo.

Pero este año, solo me apetece estar con un amigo.