«La historia de mi mujer»: Naufragio romántico

Tras ganar el oso de oro en el Festival de Berlín con su anterior trabajo, En cuerpo y alma (2017). La directora húngara Ildikó Enyedi presenta La historia de mi mujer, drama de época que narra las desavenencias del matrimonio entre Jacob (Gijs Naber) y Lizzy (Léa Seydoux). Un relato clásico, académico y visualmente aceptable que se hunde en su desarrollo.

Aunque la película lleve por nombre la historia de mi mujer, el eje principal del relato es Jacob, un capitán de barco solitario y hastiado que a través de una apuesta con un amigo conoce a Lizzy. Desde el primer momento Enyedi intenta poner en valor la química entre sus protagonistas y ese encuentro fortuito de dos personas herméticas y centradas en su propio ser, la película pretende vender una química que no hay en ningún momento ya que todo transcurre entre diálogos impostados y situaciones inverosímiles.

La película aborda, a través de 7 capítulos, las decisiones de Jacob en su atolondrada relación con Lizzy, como en su cabeza y en su manera de actuar, el amor por Lizzy cambia y se vuelve esquivo. La confrontación de los celos, las dudas e inseguridades de la pareja se reflejan en cada pasaje  de una manera demasiado recurrente y repetitiva, dando la sensación que lo contado no conduce a ninguna parte y que las disquisiciones de cada cual están más que manidas.

La directora le da vueltas a los mismos conflictos desarmándose así la idea principal de trazar una historia de amor sensual, con subidas y bajadas de un personaje principal devorado por los celos y las incertidumbres dentro de su matrimonio.

El trabajo estético de la película es su mayor punto a favor, los encuadres, la luz, la ambientación de la época y esa simbiosis entre escenario y personajes es digna de poner en valor pero el contenido es tan denso, vacío e inexistente que sus largos 169 minutos de metraje son difíciles de defender. Detrás de ese trabajo formal no hay nada más reseñable que una historia de amor y desamor tantas veces contada.

La escena del baile, quizá su momento más brillante, es el único chispazo donde conjugan de manera óptima fondo y forma. Otorgando un estilo propio a la sensualidad que debería inundar la pantalla más veces entre ambos protagonistas. En ese momento vemos retazos de lo que podía ser, pero no fue debido a  una narración plana y a la falta de evolución de los personajes en cualquiera de sus conflictos.

Por lo que el barco que capitanea Jacob naufraga entre la dulzura de Léa Seydoux, la testarudez de Gijs Naber y la falta de registros actorales de Louis Garrel. Enyedi construye una travesía (larga, casi oceánica) en la que sus aspectos visuales siempre se imponen a los narrativos.