Al girarme hacia la persona, distingo a la chica de pelo corto rosa y con gafas que me presentaron hace un par de días Dídac y Luna. Lo que no me acuerdo bien de su nombre.
—Hey, hola —respondo. Ella también me saluda mientras la hago caso. Al tiempo que yo avanzo, ella también. —¿Llevas mucho tiempo aquí?
—¿Aquí en la cafetería, o aquí en el trabajo que desempeño desde hace meses?
Su humor me gusta. Es muy directo, y a muchos les puede echar para atrás. Pero yo no soy como el resto de personas.
—Si estás en la cafetería, será porque haces bien tu trabajo. ¿O te estoy sobreestimando?
Le gusta que se la devuelva: su sonrisa de medio lado la delata.
—En parte —confiesa. Nos volvemos a mover—. Necesitaba la pausa para tomarme un sándwich o algo. A pesar de que he comido, la ensalada de atún me ha sabido a poco. Tú has llegado hace poco, ¿no?
—Sí, y primera tarea es llevarle café a mi “mentora”. —Hago las comillas con mis dedos—. Toma cliché.
—Ja, ja. Así que no es buena idea que te quedes con Dídac y conmigo, aunque sea para relajarnos un rato.
A ver, esto que me propone me plantea un dilema. Me centro en hacer lo que se me mande, aunque sea una auténtica tontería, y no perder el tiempo con distracciones; o me quedo unos cuantos minutos charlando con mi amigo y con Gadreel (he leído la placa que lleva ella en la solapa de su chaqueta). Puedo poner de excusa que había cola para pedir, y librarme por el momento. Pero yo aquí he venido a aprender y a enseñarles a los mandamases que soy un puto crack y que no deben dejarme escapar, ahora que soy un diamante sin pulir. Creo que ya lo he decidido.
—Quizá en otro momento, Gadreel. —Pido el café, y no tardan en servírmelo— Aunque sí que me ha gustado verte.
Empiezo a marcharme en cuanto me llama la atención la misma chica que me ha atendido:
—¡Son dos euros, novato! —Pongo cara de circunstancias y, mientras saco la cartera, Gadreel pone un billete de diez euros sobre el mostrador. La chica deja de mirarme a mí y se centra en ella.
—Cóbramelo a mí. Aparte, también quiero es bikini que tenéis ahí —señala el sándwich de jamón y queso correspondiente—, y un Aquarius de limón.
—Gracias, Gadreel —digo, y me apresuro en salir de la cafetería.
Saludo a Dídac cuando le veo salir de uno de los ascensores. Yo me meto dentro, y me despido. Mientras subo las plantas que me quedan, me arrepiento de haber rechazado el ofrecimiento de Gadreel.