Me ofrece la mano y una sonrisa completa. Yo le tiendo la mía, además de devolverle el gesto de amabilidad con una mirada perfecta para encandilarla. Se da media vuelta al tiempo que me pide que la siga. Si la parte delantera me había puesto a cien, su trasera me tiene a doscientos mil. Agarrarla del culo mientras ella está sobre mi virilidad, desnudos los dos. Qué pasada de fantasía.
Subimos hasta la primera planta en uno de los ascensores. Pasamos varios pasillos de suelos de baldosas grises, paredes claras y techos blancos en los que los luminiscentes proyectan un brillo como el del sol. De vez en cuando pasamos por algunos despachos de donde salen voces gritando y respondiendo a cosas incomprensibles. Solo he podido distinguir el nombre de la última, pues ponía “sala de guionistas H”. Si el resto de esas otros despachos también eran salas de guionistas, seguramente estén debatiendo cómo desarrollar los proyectos de la empresa. Y ahora entiendo por qué antes he escuchado a una voz decirle a otra que su idea para el próximo episodio es peor que meterse una mierda de caballo en la boca.
Al fin llegamos a Recursos Humanos. Ella toma asiento en una mesa en la que aparece su nombre impreso en una placa metálica. Yo ocupo la silla que está frente a la suya. Se estira para alcanzar unos papeles y desliza sobre la madera hasta mí. Me reviso el contrato de las prácticas muy por encima y firmo en los lugares que me va indicando Paula. Ella los revisa uno por uno, no vaya a ser que me haya equivocado de sitio al firmar. Sí, reconozco que no estaba atento: sus tetas pedían atención, y yo no podía resistirme a complacerlas.
Parece ser que no me he equivocado en nada (soy el puto amo), por lo que me cede una tarjeta identificativa con mi nombre y mi primer apellido. Es de color crema, y la parte superior de esta de color morado. Aparte, aparece el nombre de la empresa encima de mi nombre, y las palabras “alumno en prácticas” debajo. En la parte de detrás hay un código QR que, según me comenta, tengo que pasar por la entrada para que me permitan pasar a partir de ahora. Por último, me entrega una especie de pinza para que pueda engancharme la identificación en la ropa y mis horarios de prácticas. Tengo que rellenar todo lo que vaya haciendo a lo largo de cada jornada, y luego ellos deben firmarme cada día.
Fácil, la verdad.
A continuación, me acompaña hasta el despacho de quien va a ser mi mentor en estas prácticas. De quien puedo sacar mucho provecho y, si intenta joderme, darle la patada y quedarme con su puesto. En mi cabeza pasan varios nombres, pero ninguno se acerca a la realidad. Subimos unas plantas más, paseamos un poco y llegamos frente a una puerta de madera. Paula llama varias veces, y nadie contesta. Esperamos un rato, y vuelve a llamar. Se repite el mismo resultado, por lo que ella termina abriendo la puerta que, mira por dónde, está abierta.
Al fondo de la sala se encuentra una de las últimas promesas de dirección en el panorama nacional e internacional. En otras entrevistas y fotos que he visto, tenía el pelo más largo; ahora lo lleva a la altura de los hombros, negro como el carbón. Nunca he sabido distinguir si sus ojos son castaños o marrones oscuros, pero ahora, con el brillo que le da la pantalla de su móvil, imposible reconocerlos. Además, como los tiene entrecerrados y toda su expresión facial es de indiferencia. Y la hacía más gorda; será que las cámaras engordan o algo. Pero, joder, estoy delante de Amanda Duero Noceda, también conocida como A. D. Noceda, la galardonada directora de películas como La sangre llama al infierno, Piel de cristales rotos y, mi favorita, Nací en medio del caos.
Se me va a hacer muy difícil no romper el acuerdo de confidencialidad, pero no lo haré. Aunque aprender de la mejor es un secreto que estaría muy bien poder compartir a voces. Para putear a los envidiosos, sobre todo.
Si está aquí en Apolo, entonces pueden ser ciertos los rumores de que se encargará de dirigir la adaptación de la novela Psicofonía de espectros. Un thriller donde los asesinatos son tan meticulosos como sádicos y la única persona que puede detener al culpable es un experto en la arquitectura gótica de Barcelona al que la policía le pide colaborar, pues los crímenes suceden en las localizaciones góticas más emblemáticas de la ciudad. No debería estar tan eufórico, pero esa novela me pareció una auténtica maravilla. Y la serie será mejor que perfecta, no tengo ninguna duda.
—Amanda —dice Paula, con su voz tan dulce—, este es Álex. —La mencionada nos dirige una mirada. Sus ojos son castaños—. Empieza hoy sus prácticas. Será tu ayudante durante unos meses.
—Hola —saludo haciendo un gesto con la mano.
—Hola —responde ella, como si le costase hablar con gente más joven que ella.
Se hace el silencio durante un rato en el que Amanda aprovecha a seguir con lo que supongo que es una importante conversación a través de su teléfono.
—Bueno, yo me vuelvo a mis quehaceres. Un placer, Álex —comenta Paula antes de salir por la puerta.
—Igualmente —llego a decirle, formando una nueva sonrisa de lo más seductora. Sé que ha sido muy breve, pero he visto cómo subía un rubor a sus mejillas.
—Oye, chaval, ¡baja la voz! —vocifera Amanda. ¿Me he perdido algo? Arqueo una ceja mientras ella sigue con el móvil. —¿Cuántas horas vas a hacer?
—Unas seis, de cuatro a diez.
—Sí, sí. —Hace un gesto como si estuviera apartando una mosca con la mano—. Haz algo útil y tráeme un café.
—¿Eh?
—Un café con leche. Dos cucharadas de azúcar moreno y la leche de avena. Venga, vamos, muévete.
En esa última frase al menos tiene la decencia de mirarme, aunque es un movimiento muy rápido. Me quedo donde estoy, sin entender bien si esto es de verdad, o es una puta broma de cámara oculta. Ella vuelve a insistirme, con peores modos que antes, y yo salgo de su despacho mientras se pone a despotricar sobre cosas que no llego a entender si me menciona a mí, o se lo está diciendo a la persona con la que habla por el móvil.
Primera impresión, no es que haya sido buena.
De todas maneras, esto es lo más normal. A la gente que entra de prácticas siempre les tratan como si fueran basura. Es una especie de ley no escrita, y mira que me han avisado compañeros que ya han acabado la carrera. Pero, claro, ellos no tuvieron la suerte que he tenido yo de entrar aquí, donde todo lo que haga me va a abrir miles de puertas. Y, en cuanto me gradúe, tendré que hacer criba de todas las ofertas de trabajo que me llegarán. Además, mi trabajo de final de grado también dará de qué hablar.
Llego hasta el ascensor, donde tengo un cartel en el que me enumera qué departamentos y áreas específicas hay en cada planta. Como no, la cafetería está en la planta baja, por lo que me toca desplazarme unas cuantas. Los ascensores están ocupados, así que opto por usar las escaleras. Eso sí, sin duda están hechas para que, si te persigue un asesino en serie, te tropieces y te rebane el pescuezo entre plantas. Y si fuera una película, la sangre se iría hacia el hueco que hay entre escaleras y caería hasta el último piso. Y entre pensamientos de una posible matanza en Apolo Producciones, llego a la planta baja.
Me cuesta un poco encontrar la cafetería, pero los carteles que hay colgados del techo me indican el camino. El área me recuerda mucho a la típica que se suele ver en las universidades y otras empresas en las películas estadounidenses. Hay varios grupos tomando algo y charlando entre ellos, cada uno separado por unos metros de otro. No sé si se habrán puesto así porque unos son técnicos de sonido, otros cámaras y otros guionistas. Pero tampoco me importa mucho.
Me pongo a la cola de la barra mientras miro bocadillos, dulces y platos preparados. Ni siquiera sé los precios que tienen, o si se hacen descuentos a la gente que está de prácticas en la empresa. De hecho, podría mirar si ofrecen servicio de comida o algo. Puede que hasta me compense venir aquí directamente tras salir de la facultad. Me paso las manos por la cara, intentando quitarme la pesadez que siento. Aunque, bueno, si me pesa porque estoy muy bueno, entonces que no se vaya.
—Oye, avanza. Que te quitan el sitio —dice una voz que reconozco.