Portada de Voy a quedarme en el que se muestran dos chicos con una tierna mirada detalle
Fotografía de Dario Cavero (@dario.cavero), Alex Peñas (@alexpg2) e Isma O'Sullivan (@_osullivan_)

Capítulo 13 – Álex

Tras la clase, y pasar algo más de una hora en la biblioteca mejorando lo anotado en la lección de hoy, mi estómago comienza a rugir con fuerza. Procuro tener controlado el tiempo. Ni por un puto terremoto, diluvio o destrucción de la sociedad tal y como la conocemos voy a llegar tarde a mi primer día de prácticas en Apolo Producciones. Ahora puedo escoger entre comer en casa o comer en alguno de los bares o restaurantes que hay por los alrededores de la facultad. La opción de comer las sobras que quedaron del jueves pasado que mi padre hizo pasta boloñesa me atrae mucho. Contra: gasto gasolina tontamente porque luego tengo las prácticas. Además, comería deprisa.

Decidido. Gana el gastarse siete euros en el bocata más grande y completo junto a la bebida en el bar “El Agobio”.

No es su auténtico nombre, pero es el mote que le dieron los estudiantes hace tiempo. Le va que ni pintado. En época de exámenes uno se relaja tomándose un café bombón antes de entrar en el aula. Luego, mientras se esperan los resultados, para que la ansiedad no crezca, siempre va bien comerse uno de sus famosos platos de arroz a la cubana. Y, en cuanto se saben las notas, se suele animar a quien ha aprobado con un chupito a su elección dependiendo de si es más alta o baja. Si se suspende, te invitan a un refresco.

Nunca he suspendido, y todos mis chupitos han sido de los más caros. Obviamente, porque soy el mejor en todo lo que hago.

Me quedo embobado mirando a una de las camareras, que tiene unas curvas por las que me gustaría circular. Se muerde el labio inferior mientras anota una comanda y, en cuanto se da la vuelta y quedo fuera de su campo de visión, su culo se contonea como si me estuviera invitando a seguirla hasta el almacén y ayudarla a tomarse el descanso. Me da por sacar el teléfono mientras mastico un buen cacho de lomo con tomate y queso. Reviso por encima las historias que van colgando mis amigos en Instagram, y por el puñetero algoritmo de la aplicación, me salen las historias de Alicia.

Desde aquella discusión que tuvimos el sábado, no me ha vuelto a dirigir la palabra. Me ha bloqueado de WhatsApp, no me coge las llamadas y me envía indirectas a través de las redes sociales. En su historia, sale ella frente al espejo, semi desnuda. Un buen texto con fondo en negro cubre sus tetas. Lo único que dice es “si no sabes valorarme, empieza a hacerlo o hazte a un lado”. Y “no eres ni escena de relleno, no te creas película”. Eso sin duda me toca los cojones.

La muy cabrona sabe dónde pinchar para joderme. ¿Cómo se atreve a decir que no soy importante? Que pedazo de hija de puta. Aprieto con fuerza los dientes y los puños, y me obligo a dejar el móvil sobre la mesa. No me lo he cargado de puro milagro. Sigo comiendo con un enfado que puedo pagarlo con el primero que se ponga gilipollas conmigo. Me termino el bocata antes de que cualquier gallito se cruce en mi camino, me bebo lo que queda de Coca-Cola y me acerco a la barra para pagar.

Salgo unos minutos después y reviso la hora. Si no me pilla otro atasco, llegaré con tiempo de sobra a la empresa. Camino deprisa hasta el coche, meto la llave en el contacto y arranco. En estos momentos, si esto fuera una película, haría una secuencia de escenas entre panorámicas de la autopista, plano general del coche siendo conducido, primer plano de mí mismo y varios planos detalle de mis manos, mis pies, las ruedas, etcétera. Todo ello con una melodía de guitarra o más instrumentos que fueran acorde con el ritmo del viaje.

Llego a Barcelona, y unos minutos después, alcanzo las cercanías de Apolo. Consigo encontrar aparcamiento unas calles más abajo, por lo que podré llegar a tiempo. Aunque no lo parezca, estoy realmente contento de poder realizar mis prácticas con ellos. No se me nota en mi actitud ni en mi rostro; la seriedad es sumamente importante en este mundo. Sé el más grande, pero nunca muestres tus emociones.

Como me comentaron en el correo, lo primero que voy a hacer va a ser firmar el contrato, cuatro meses de duración. Luego me enseñarán mejor las instalaciones y, por último, me asignarán a un director o directora, que se encargará de mostrarme todo lo que tengo que saber para ser como él o ella el día de mañana. Eso sí, antes tengo que esperar en recepción a que venga la persona de Recursos Humanos por la que he preguntado (sí, lo decía en el correo también) para que me permitan pasar a las plantas superiores si no tengo la acreditación correspondiente. Es normal que esto suceda: hay que separar la mierda que piensa que tiene alguna oportunidad en este mundo de los verdaderos maestros.

No se hace de rogar la tal Paula, ondeando su pelo rubio de un lado para otro con cada paso que da. Tiene una mirada azul cristalina, y se ven con mayor aumento algunas motas verdes en su iris a través de sus gafas de enormes cristales con una fina línea plateada como montura. Sus labios son carnosos, curvados en una leve sonrisa. Y la ropa que lleva… Una camisa beige con los dos botones de arriba desabrochados, permitiendo un ligero vistazo a las bellezas que botan suavemente con sus andares; unos vaqueros azules ajustados a su figura y unas botas negras de tacón grueso, como si estuvieran deseando pisar a alguien.

Y sí. Yo sería ese alguien, si luego ella me deja meter la cara entre sus muslos.