Suzu es una joven de 17 años que acaba de perder a su madre. Como consecuencia de ello se traslada a Kochi, un pueblo montañoso y un tanto aislado, a vivir con su padre. La joven está desubicada y con el corazón hecho añicos, lo que la va distanciando del mundo.
De un modo casual, descubrirá una ubicación virtual, “U”, donde la joven asumirá de manera natural el rol de “Belle”, un icono musical con más de 5 millones de seguidores. Su relación con una criatura a la vez fascinante y aterradora marcará el periplo virtual de la joven.
Mamoru lo ha vuelto a hacer
A lo largo de su filmografía ha planteado sus tramas siempre en dos planos, el de su preocupación por la llegada de la modernidad y nuestra interacción con esta teniendo como ejemplo sus colaboraciones con el anime de Digimon o en la apoteósica Summer Wars pero el núcleo de sus películas reside en la profundidad dramática de sus personajes, en sus diversos viajes transformativos como el de la inolvidable Hana en Wolf Children en su odisea maternal o el de el joven Kun en Mirai donde tiene un viaje para hermanar tanto el pasado con el presente y encontrarse a si mismo.
Belle es una película que deberían poner en todos los colegios e institutos. Pedagógica. Bella. Para niños y adultos. Su fuerza radica en su mensaje y se nos revela al final a través del “súper poder” que oculta su protagonista y que ni siquiera ella conoce.
No todo es color de rosa como Belle
Sin embargo, a nivel argumental queda un escalón por debajo de sus predecesoras en cuanto a profundidad y desarrollo. Encarada a un público evidentemente adolescente, Belle trata de representar las vicisitudes que se viven durante esa época tumultuosa e insegura de la vida donde nuestra identidad busca referente, aceptación y amor correspondido, llegando a caer en la excesiva ñoñería por momentos y recordando demasiado a lo que podría describirse como un Crepúsculo pasado por un filtro de Instagram.