«Spencer»: La princesa quebradiza

Pablo Larraín (Ema, El club, No…) parece obsesionado en concentrar toda la esencia individual de las personalidades influyentes en unos pocos días. En 2016, cuando dirigió la fabulosa Jackie se centró en diseccionar la figura de Jacqueline Kennedy en los cuatro días posteriores al magnicidio de su marido y ahora en Spencer, vuelve a poner en el foco a otra mujer marcada por la tragedia (Lady Di) en tres días clave que marcaron su decisión de divorciarse del Príncipe Carlos y dejar de pertenecer a la familia real inglesa.

Un único escenario, la finca de Sandringham, donde la casa de Windsor pasa sus vacaciones de Navidad; le basta a Larraín para construir una historia de fantasmas personales, un cuento de hadas transformado en pesadilla en la que su protagonista se encuentra encerrada, vigilada  y encorsetada.

La película se construye a fuego lento, aquejada de una narración reiterativa que pocas veces rompe con los códigos clásicos de construcción de un biopic, aunque esas rupturas en las que se refleja la transformación mental de su protagonista son los pasajes más interesantes de una historia correcta pero sin poder de deslumbrar; más allá de su protagonista, una Kristen Stewart que calca el lenguaje gestual de Lady Di transformándose en esa princesa quebradiza de ojos vidriosos.

En la mayor parte del relato, a la princesa Diana solo le acompañan sus miedos e inseguridades; la apuesta de Larraín consiste en aislarla en su jaula de oro y que los encuentros con los miembros de su familia sean tan esporádicos como reveladores. Una conversación de peso con su marido, el príncipe Carlos, en la sala de billar; un destello con la reina Isabel II; un juego en la habitación con sus hijos; una confesión con su criada de confianza. Chispazos en una vida vacía llena de riqueza material.

Siempre envuelta en una textura gris, en tonos fríos y apagados; en una atmósfera de melancolía que se refleja en esa puesta en escena sobria, elegante que tanto recuerda a la monarquía británica. A la pulcritud, a la puntualidad, a las normas y reglas que Diana nunca ha podido soportar. “Aquí lo oyen todo, se enteran de todo”. Cuando todas las miradas se centran en ella, la única mirada que importa es la suya, pérdida ante el Támesis en el último plano de la película. La mirada de Spencer.