La factura me escuece en el bolsillo, porque resulta que tengo que invitar a mi novia para que me perdone por la ofensa que le he dedicado un rato antes. Es muy rastrero que lo haya hecho, teniendo en cuenta que siempre pagamos a medias. Salimos del restaurante, ella ahora más animada exigiéndome que sonría. A estas alturas, en una película, la gente le tendría muy poca consideración. Habría quienes pensasen que me merezco algo mejor, y una de esas personas soy yo. No digo que Alicia no sea una buena opción, pero podría haberme pedido que la invitase en vez de hacerme esa jugarreta. Porque, si fuera la primera vez que ocurre, lo dejaría pasar. En cambio, he perdido la cuenta de todas las veces que ha hecho esto, o algo similar.
En seguida estamos junto al coche.
—Amor, mira a ver si te ha llegado ya el correo —me dice ella, sacándome de mis pensamientos.
—¿El qué?
—El correo —repite ella, con retintín—. El que te manda la empresa para saber si te han seleccionado para las prácticas o no.
«En fin, toca sacarla de la nube en la que vive».
—No lo voy a recibir porque no me presenté a la entrevista. Ni siquiera la solicité.
Tarda unos segundos en reaccionar.
—¿Qué? —Es lo único que sale de su boca.
—Alicia, te lo he dicho muchas veces. Esa empresa no tiene ningún apartado de dirección audiovisual dedicada al cine o a las series. ¿Qué iba a aprender ahí? Quiero tener una base con la que empezar cuando haga el cortometraje, y para ello debo hacer las prácticas en un sitio donde pueda observar a directores y directoras trabajando. Quiero crecer como director.
—¿Y qué pasa conmigo?
—No sé qué quieres que pase.
—O sea, que no me quieres —alza la voz, disgustada.
—Pero, ¿qué dices? ¡No he dicho eso! —rebato, algo alucinado porque use palabras que no he usado juntas.
—¡Es más que evidente, Álex! No te interesa la empresa en la que voy a hacer las prácticas porque quieres romper la relación.
¡¿Me está vacilando?!
—Alicia, estás siendo muy dramática.
—¡Que te den por culo! —chilla.