Cuando comencé la carrera, no tenía ni idea de cuántos detalles deben gestionar los directores. Por suerte, siempre he sido muy observador y detallista. Con los años que llevo en ella he aprendido a ser más crítico y a aplicar mis cualidades con mayor precisión. Que me he ganado el odio de gente incompetente que no sabe diferenciar un primerísimo plano de un primer plano, cierto. Y de gente que tiene menos talento que una baldosa llena de roña, también. De todas maneras, esas personas no son importantes ni en mi vida ni en la sociedad. Yo soy imparable.
Mis dedos tamborilean sobre mis brazos mientras los trabajadores van y vienen. Junto a mí hay otros candidatos que se presentan a la entrevista correspondiente para las prácticas. Si fuera yo quien tuviera la última palabra para meterles en la empresa, se irían todos por donde han venido. Uno está más verde que una manzana, y otro viste como si se dejase todo el dinero para su ropa en un mercadillo. Y mejor no hablo del último, porque podría aterrorizar a un niño solo con describirlo. No sé de dónde habrán salido semejantes seres, pero aquí se los comerán vivos si entran.