Estaba alegremente hablando con Alex y Gisele, como si no acabara de provocarme delante de todo el mundo. Apenas podía mantener una postura erguida cuando se acercó a mi lado. No podía dejar de temblar. Me bebí dos copas sin pestañear. Le estaba mirando, trataba de entender por qué se comportaba así conmigo. Hace poco tuve un atisbo de luz acerca de mi relación con Alex, parecía que tenía futuro y que podía arreglar cualquier cosa. Pero entonces… Llega él y todo se va por la borda.
— ¿Estás bien?
Serena había aparecido de la nada. Llevaba un porro en la mano mientras sus pulmones expulsaban el agradable aroma.
— Sí— prácticamente se lo arranqué de la mano. Aspiré con tanta fuerza que sentí un ligero quemazón en la garganta. Dejé que el delirio invadiera mi mente y borrara todo rastro de lo sucedido.
— No lo parece.
No le contesté, simplemente me levanté y me dirigí a la pista de baile.
Presa del efecto de la droga, empecé a moverme al ritmo de la música. Deslicé mis manos por todo el cuerpo. Deseándome. Deseándole.
Él seguía hablando con Alex, pero esta vez ya no le miraba a él, tenía la vista clavada en cada movimiento de mi cuerpo. Yo seguí moviéndome. Quería dedicarle ese baile, era única y exclusivamente para él. Una invitación.
— ¿Oye, te importa si bailo con tu novia?
— Bueno, no, adelante.
Vi que dejaba la copa en la mesa más próxima y se acercaba a mí. Alex se quedó hablando con Gisele sin quitarme los ojos de encima.
— ¿Puedo bailar contigo?
Trataba de coger grandes bocanadas de aire ante la proposición. Si hubiera sido una tía más responsable, que piensa antes de actuar, tal vez le hubiera rechazado. Pero…no era ese tipo de chica, simplemente asentí con la cabeza y él se situó detrás de mí.
Situó sus manos a ambos lados de mis caderas y empezó a moverlos a un ritmo pausado, sensual. Yo solo podía dejarme llevar. Sentí como mis nalgas rozaban el abultado pantalón, provocando una ola de excitación en mi punto más femenino. Deslizó sus manos por mis muslos desnudos, obligándome a bajar despacio. Tenía ambos manos grabándome a fuego. Me estaba quemando entre sus brazos.
Subió una mano en un movimiento perezoso hasta meterla unos escasos centímetros bajo mi vestido, y no pude evitar volver a temblar. Agarró mis manos y me giró hasta dejarme cara a cara frente a él. Quedé totalmente absorta por esos ojos. Nunca había visto tanto deseo como entonces. Rozaba lo animal, la condición más arcaica y antigua del ser humano. Usó una rodilla para separar mis piernas, instándome a moverme. Y así hice. Como una gata en celo, deje que viera la diosa que llevaba dentro.
El ritmo cambió. Me volvió a atraer hacia sí. Sentí como la fina tela del vestido se me hacía molesta y pesada. Acercó su rostro a mí y habló solo para que yo pudiera escucharle.
— Si tuviera que pintarte, sería de rojo. Pura pasión.
Percibí su aliento a whiskey y menta. Y un olor que no terminé de identificar.
— ¿Qué perfume usas?
Sonrió. Noté la picardía y las chispas que sus ojos soltaban.
— Creo que se llama Sauvage. Significa salvaje.
Me quedé mirándole sin saber qué decir. De repente, sentí una mano rodearme por detrás. Me giré y vi a Alex con cara de pocos amigos.
— Oye, creo que voy a robarte a mi novia. Ya va siendo hora de bailar conmigo amor.
No me miró, pero la caricia de sus dedos en el interior de mi mano fue todo lo que necesité saber.
— Claro tío, toda tuya.
Recogió su vaso y desapareció entre la multitud.