El resto del mes se me pasa en un suspiro.
Para qué mentir: ha sido realmente duro. Entre que un día tuve que ducharme con agua helada, más trabajos que fueron poniendo los profesores, fechas de los primeros exámenes, trenes que no llegaban a la hora que les correspondía, broncas por parte de mi jefe en el trabajo, clientes maleducados y más mierda en casa de la que alguien debería soportar, me siento exhausto.
La única que intenta mirarle el lado positivo a todo lo que me ocurre es Luna. Este semestre estamos juntos en tres asignaturas, aunque no siempre pilla mis quejas sobre según qué profesores. Sin embargo, cuando quedamos con Dídac y Gadreel (que parece ser que les caí genial, y ellos a mí también) nos han ido chivando algunos detalles para las asignaturas que cursamos, incluso las que haremos en los siguientes años. Según ellos, si me parece muy inhumano, y solo acabo de empezar la carrera, entonces voy a morir en los próximos cursos.
No sé si es una advertencia o una burla, pero tampoco lo quiero pensar mucho. No tengo hueco en el cerebro para ello.
Hoy, que por fin es viernes por la tarde, estoy reventado. Ni escuchando de fondo a Dua Lipa mientras voy de camino a la cafetería consigo sosegarme. Intento distraerme leyendo los mensajes que me van enviando mis compañeros del próximo trabajo de Métodos y Fuentes de Investigación en Comunicación, sin éxito. Sus mensajes considerando que mi parte del trabajo está perfecta no me anima ni hace que me sienta menos inútil. Además, empiezo a sospechar que viajar en los ferrocarriles me produce náuseas. Llevo una semana o dos sintiendo unas fuertes ganas de vomitar cada vez que me bajo después de un largo recorrido.
Milagrosamente, la siguiente parada es plaza Catalunya.